Heavy 1986 (Miguel B. Núñez)

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Heavy 1986 (Miguel B. Núñez). Sapristi, 2016. Rústica. 192 págs. Color. 17,90 €

Heavy 1986 es una historia verdadera. Y cuando digo esto, me refiero a algo que va más allá de que contenga detalles reale de la biografía de su autor, Miguel B. Núñez, o de que cuente una historia realista y plausible. No; es una historia verdadera porque refleja una verdad sociocultural, una realidad en la que muchas personas van a reconocerse, tanto en sus detalles como en las cuestiones más profundas. Y resulta interesante que un autor que ha practicado la ficción más pura —en El fuego (¡Caramba!, 2013), por ejemplo— y el diario personalísimo en sus Cuadernos(Libros de Autoengaño, 2014-2015) opte ahora por esta vía para hablar de sus recuerdos.

La España de los 80, tantas veces mitificada por la generación que vivió su infancia en esa década —desde la nostalgia evocadora y acrítica, muchas veces— ha quedado resumida, musicalmente, en la Movida. Pero en 1986, el año en el que se ambienta la historia de este tebeo, la Movida ya estaba agotándose, cooptada rápidamente y recortado su espíritu transgresor. En cualquier caso, análisis al margen, es inexacta la identificación entre años 80 y Movida; no fue el movimiento musical más masivo, ni sus grupos más representativos tuvieron en ese momento más popularidad que otros no adscritos a la corriente. Al fin y al cabo, en alguna medida fue algo protagonizado por los hijos de burgueses acomodados, progres y no tan progres que habían pasado por la transición sin traumas. Pero había otra España, otra juventud a la que la creatividad, la transgresión y la provocación de la Movida no llegaba. Chavales que no tenían ningún interés en ir al Penta, pero que pasaban la semana esperando que llegara el viernes para ir al Canci. Y de esos chavales es de los que habla Heavy 1986.

Tampoco es que hablemos de una mayoría. En realidad, los heavies en aquella España que se pretendía más moderna de lo que era, no abundaban, ni siquiera en los barrios del extrarradio madrileño —Vallecas, Carabanchel— donde la crisis económica se ensañaba, y donde cientos de jóvenes no lo tenían tan fácil. El heavy era entonces una vía de escape, una filosofía de vida y una estética que permitían dar forma la ruptura con los valores de esos padres que fueron adolescentes en la dictadura y que ahora no entendían a sus hijos. Adela, Suso, Marta o el Venom tienen un horizonte incierto, tan incierto como era el de España entonces.

Por eso conviene no confundirse: el heavy no es el tema, sino el código. Heavy 1986 no es simplemente un tratado nostálgico sobre aquella música y aquellas noches en la Canciller, no se reboza en la nostalgia —de hecho, creo que la niega, en cierta forma—, sino que trata de algo que es más universal que todo eso, y que por ello puede ser disfrutado incluso por quienes no comparten esa pasión por el heavy. Trata sobre la adolescencia, sobre hacerse adulto y el inevitable choque generacional. Eso es lo que más me ha interesado de un cómic cuya sencillez formal —qué buen dibujante es Núñez, y qué poco se dice— permite sumergirse en un estado de ánimo, entre la ira y la alegría, propio de los 15 años. Casi todos los protagonistas de esta novela gráfica chocan con su familia, educada en otros valores. Estos jóvenes, que no han vivido la transición, que no saben lo que es el hambre, no se resignan a la pobreza y la mediocridad. Tienen sueños que sus padres no entienden. La desconfianza hacia su música, hacia sus pintas y sus comportamientos, puede incluso llegar a ser agresiva. Son padres que cruzan las caras de sus hijos, que los mandan a la mili, o a curros de mierda para que aprendan lo que es la vida. Hay, en suma, un abismo entre dos formas de entender el mundo que quizá nunca ha sido mayor en nuestro entorno reciente que entonces, en los tiempos de la primera adolescencia en una democracia plena.

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Hay cierto desencanto presente, uno diferente al de la propia Movida, más rabioso, menos conformista. Es quizá la misma diferencia que había entre Cairo y El Víbora, en términos generales. El desinterés por la política de la juventud que muestra Núñez no proviene del acomodo burgués, sino precisamente de lo contrario: de la miseria, de la falta de expectativas, de la certeza de que la calle es muy jodida. En su páginas Adela y Marta ven, quizá por primera, a un yonki; la pandilla de chavales aún tiene que andarse con ojo con una policía escasamente depurada tras el fin de la dictadura y que descargaba su frustración contra chavales cuyas pintas no provocaban empatía entre la gente de bien; El Venom pasa de la OTAN; y Suso tiene que disimular su melena si quiere conseguir un curro que, en realidad, no quiere.

Como no puede ser de otra forma, todo eso no se vive desde la consciencia; son adolescentes y bastante tienen con conocerse a sí mismos, y gestionar sus emociones. Los primeros tonteos amorosos, la amistad, las primeras reponsabilidades… La inocencia perdida y nunca más recuperada. Y como brújula y refugio ese heavy cuyas letras hablan de resistencia, de libertad, de otros mundos… Hay una escena clave en la que Suso hace lo que hemos hecho todos, con el heavy o con otros estilos: acompaña su frustración con una canción que parece que sólo le habla a él. «Lo importante, te decía, era que no dejases de ser tú mismo. Y eso es lo mejor que puede escuchar un adolescente».

¿Cómo crecer sin dejar de ser uno mismo? Ésa es la pregunta a la que se habrían enfrentado los protagonistas de Heavy 1986 en las páginas que Núñez no ha dibujado. Acertadamente, se detiene en ese momento clave en el que el grupo actúa como una verdadera familia para proteger a Suso de su padre, un maltratador seguramente demasiado esterotipado, pero que funciona en su papel. La música es el aglutinante de un grupo de amigos para los que el barrio es la litrona en el parque y las máquinas de marcianitos en la tasca —qué bien recrea el barrio Núñez, sin subrayados, sin ser nunca obvio—, y por eso siempre está presente. A los 15 años, es indivisible de la propia amistad, de la propia vida, incluso. Núñez proyecta su propia pasión en ellos, y en las páginas del libro se escuchan canciones míticas, himnos generacionales que trascienden su calidad: Obús, Barón Rojo, Metallica, Judas Priest… Para ahondar en esa pasión y, ahí sí, profundizar en la memoria personal, Núñez incluye páginas con textos muy en la línea de sus fantásticos Cuadernos, que acompaña con retratos minuciosos en los detalles de sus ídolos de adolescencia. Entrando en ellos, entendemos totalmente esa pasión, esa identificación con unas pintas y un modo de desenvolverse que, en una España todavía demasiado gris, invitaban a la rebelión y la diferencia, a resistir contra todo y contra todos. El heavy es adolescente o no es, y ahí reside su mayor encanto.

Por eso Heavy 1986 es tan buen retrato de la adolescencia, y un tebeo acogedor —aunque cuente cosas desagradables—, con personajes vivos y un barrio real. Es un libro en el que se entra de verdad en la primera página y del que cuesta salir, que respira un cariño y una pasión que no inhiben la reflexión agridulce. Es, quizás, el mejor cómic que he leído de Miguel B. Núñez, que, se nota, lo ha dado todo en él.