Conversando con Nicolás

La pasada semana acudí junto a Mireia Pérez al hogar de Nicolás, el autor de La Gorda de las galaxias. Nicolás está pasando por un delicado momento económico, para paliar el cual se ha creado un grupo espontáneo, «La Gordi solidaria», que organizará el próximo viernes día 12 una exposición y un concierto en la librería El Molar. Nosotros lo visitamos para conocerlo, saber cómo se encontraba y charlar sobre su vida y obra. Nos encontramos a una persona brillante, un genio atípico que ha vivido una vida diferente al resto. Lo que ofrecemos a continuación es una serie de extractos de aquella conversación, una muestra de su personalidad y cultura, que acerque un poco más su figura a los lectores. Todas las fotografías del artículo son obra de Mireia Pérez.

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La Codorniz

En 1972 estuve a punto de entrar en Hermano Lobo. A Chumy Chúmez le gustaba mucho mi trabajo, luego fui su amigo. Pero me veía tan niño… Porque lo que yo hago es súper revolucionario pero al mismo tiempo súperingenuo. Chumy tenía un poco de prejuicio hacia mi parte más dulce. Una vez Pedro Ruiz dijo: «Nicolás es un genio, pero tiene un problema: es fundamentalmente tierno, y la ternura no vende».

En La Codorniz entro en 1975, de la mano de Álvaro de la Iglesia. Con él hubo amor y odio. En esa revista los humoristas fueron anarquistas, pero estaban estropeados por su clase: eran burgueses. Pero su espíritu, especialmente en lo sexual, era muy abierto. Entré, simplemente, porque llevé chistes que había hecho en el colegio. Y a Álvaro de la Iglesia le gustaron porque eran muy atrevidos para la época. Me dijo que era un humorista muy gracioso, pero luego chocamos. No le gustaba que llevara el pelo largo, ni mi ambigüedad; era un hombre conservador. Y fue estupendo, muy buen amigo, aunque tuviera ese lado fascista. Yo llegué ya casi en el final de la revista. Tengo cierto gafe, siempre llego a las cosas en su final, al contrario que Bob Dylan o los Beatles, que llegaron justo en el momento oportuno, tuvieron esa suerte. Pero yo llegaba en los descensos.

Semana

De Semana me fui antes de que me echaran. A mí me quería mucho su director, un señor de ochenta años muy facha, pero que había sido muy amigo de la generación del 27, de Dalí y de Mihura. Me admiraba como artista, a pesar de mis ideas. Me decía que yo tenía un concepto muy moderno del color, que sólo había visto un poco en París pero sobre todo en Noruega, que usaba colores como los de las ropas de los lapones, llenas de motivos geométricos. Me tuvo en la revista aunque sabía que no tenía nada que ver con ella. Pero me ponía sus guiones reaccionarios, que yo con mis dibujos dinamitaba. Mis dibujos se burlaban de sus guiones. Y al final le dije que lo dejaba. Le agradecí la oportunidad y le dije que no había logrado lo que él quería, aunque me había ayudado mucho. Él era un hombre durísimo, pero se emocionó. Aquello me ayudó: poco después entré en Bruguera.

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Un rincón de la casa de Nicolás.

La Gorda de las galaxias

La Gordi ayudaba a los niños y las niñas que se sentían marginados. Igual que en las historietas salva a niños que se pierden y se los lleva de viaje por el espacio. Una niña que de mayor me hizo una entrevista me contaba que cuando tenía pesadillas leía a la Gordi en la cama y así soñaba que entraba por su ventana y la salvaba. Algunos me han contado que de niños sufrían acoso escolar y la Gordi les ayudaba. O niños y niñas que tenían tendencias homosexuales; la Gordi estaba con ellos. Eso era algo que tomé de mi madre, que siempre estaba del lado de los marginados. Todavía hay gente que ahora tiene entre treinta y tantos y cuarenta y tantos que cree en la Gordi. Necesitaban creer en ella. Y yo también creo en ella, aunque a veces le pregunté que dónde está. Es un personaje muy real. Y cuando me preguntan por cómo la inventé, siempre digo que no la inventé: la encontré. Venía de mi madre, y de personajes femeninos fuertes como Paula, de Tres sombreros de copa, pero también de personajes masculinos que se rebelan contra los roles establecidos.

La Gordi tenía que venir del espacio porque aquello era un símbolo: venía de otro mundo para traer el amor al nuestro. Como hicieron mártires como John Lennon o el Che Guevara. Al venir de fuera de nuestro mundo puede ser revolucionaria. Y su lado maternal se amplifica: es una madre cósmica, universal, la madre de todos. No está contaminada. Se nutre de la sensibilidad femenina que heredé de mi madre, y que me trajo tantos problemas de homofobia en el colegio. El corazón de la Gordi es mi madre.

Nunca se dice de dónde viene la Gordi, pero yo sé de dónde: del país de la soledad. Hay tres canciones espaciales sobre la soledad de las que viene la Gordi: 2000 Years Light from Home de los Rolling Stones —mi madre y yo siempre vivimos a años luz de todo—, Space Oddity de David Bowie y Rocket Man de Elton John. El hombre cohete es la soledad pura. Cuando yo patinaba en la pista de hielo del Real Madrid, cerca del hospital de La Paz, alrededor del año 72, en pleno éxito del glam —yo me identificaba mucho con Marc Bolan—, ponían constantemente esta canción de Elton John, y me influyó mucho. Dice su estribillo: «Va a ser un largo, largo tiempo». En aquella época, con catorce años, cuando en el colegio me hacían la vida imposible, yo sabía que mi vida iba a ser un largo tiempo. Y que la soledad era inevitable, y que tenía que vivirla para traer otro mundo. Entonces ya estaba naciendo la Gordi.

Musicalmente tiene dos influencias: el glam, porque lo viví en la adolescencia, y la psicodelia, que viví de niño. Yo me identificaba mucho con ello, con Yellow Submarine, por ejemplo. De lo mío han dicho que era una psicodelia sin drogas. Las drogas abren puertas, pero también las cierran. Pero la psicodelia sin drogas solamente abre. Yo le digo a la juventud que se rebele contra todo, pero que no se deje asimilar por el sistema a través de la droga. El personaje con el que más me identifican es Syd Barrett, pero con la diferencia de que yo tengo la suerte y la desgracia de no tener esquizofrenia. Es una suerte porque de este modo puedo expresarme sin perderme, pero es una desgracia porque al mismo tiempo estoy sufriendo la soledad. Él casi no se enteró de que se quedaba fuera, pero yo lo he visto y lo he sufrido desde siempre. También me han dicho que la Gordi es el Pink Floyd de Syd Barrett y los Beatles de Sgt. Pepper. Todo eso está en los colores de la Gordi.

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Una página de La Gorda de las galaxias.

Sobre la Gordi se podrían hacer más libros que con la Gordi. No se sabe, por ejemplo, que la Gordi tiene un antecedente en un personaje de una historieta, el Sargento Pimienta, que viaja por el espacio queriendo cambiar el mundo.

La Gordi y Bruguera

La Gorda de las galaxias se publicó en Zipi y Zape por las mujeres. Las mujeres de Bruguera se enamoran de mi mundo y quieren hacer una isla frente a las continuas hostilidades de los hombres. Me decían que todos los días el sector masculino insistía en eliminar a la Gordi. Gente válida como guionistas, Armando Matías Guiu y Francisco Serrano, a los que si les sacabas de lo suyo no entendían nada. Pero mujeres como Mercedes Blanco, Montse Vives, Ana María Palé, Monserrat Giménez y Mariví Calvo estaban interesadas en lo comercial —que además era de gran calidad— y en lo mío. Y se identificaban mucho con mi lado femenino. Surgió una verdadera amistad, venían a mi casa, me invitaban a cenar. Para ellas era un capricho que se permitían dentro de la editorial.

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Otro ejemplo de la Gordi.

Pasado un tiempo, me pidieron que cambiara los fondos negros de la serie. Y a partir de eso lo psicodélico explota. Pero a pesar de que el sector femenino me protegía, me atacaban bastante. En las primeras historietas me quitaban mi rotulación, y ponían en mis globos una rotulación mecánica. Ellas se debieron de enfrentar a los otros y consiguieron que mi rotulación original se mantuviera. Me dejan mucha libertad, pero tienen que hacer alguna concesión, y me dicen que tengo que pasar por pequeños aros. Hay un momento en el que me devuelven una historia, porque pensaban que el guión era muy sencillote, malo. Y era porque yo me estaba traicionando, adaptándolo a lo que me pedían. Lo primero que hice fue decirles que adiós, que a mí nadie me tocaba una historia. Me llamaron, me dijeron que le habían devuelto historias a Vázquez y a Ibáñez, y nadie se lo había tomado tan a la tremenda. Pero yo sí. De repente, pensando que era por el dinero —ya que me pagaban muy mal—, me duplicaron la tarifa. Y me pidieron hacer las paces, y que hiciera mejores guiones. Yo les dije que era justo lo que quería hacer, pero no me dejaban. Les pregunté si me dejarían hacer lo que yo quería, los guiones del estilo de Mermelada y dinamita, historietas de humor pero también de poesía, alejadas del estilo típico de Bruguera. Me dieron libertad total y ahí ya me desato. Ellas pensaban que lo que yo hacía podía ser una renovación para una Bruguera que ya se estaba muriendo. Y los renovadores que había eran muy buenos, como Ramis o Rovira, pero seguían siendo muy Bruguera, muy Ibáñez o Vázquez. Era una revolución para mantener el estilo. Ramis y Cera eran muy fans de lo mío, pero ellos claudicaron. Por eso ellos siguieron dentro y yo me quedé fuera. Pafman es muy convencional, y sin la genialidad de Superlópez. Superlópez podría considerarse un antecedente de la Gordi, pero sin todo lo femenino, aunque tenga cierta cosa antipática. Es muy Bruguera. Yo quería revolucionar también al propio Jan.

A partir de ahí empiezo a hacer lenguaje poético, y sale el verdadero Nicolás, y la verdadera Gordi. Cuando pierdo la contención y me dejan mi rotulación empiezo a barroquizarlo todo, pongo más cosas, meto más colores, y uso el recurso de los textos a lo Príncipe Valiente. Y la verdadera Gordi, la poética, es la abanderada de todo con lo que me identifico, desde Lewis Carroll hasta la contracultura. Al principio fue un poco antipática, pero entonces surge la ternura del personaje, y la violencia ya no se usa a lo tonto, sino para salvar a la gente, o para hacer bueno a un monstruo… Eso es lo que busca el anarquismo: la bondad, volver a la raíz. En el mundo de la Gordi era posible, y ese mundo lo vivían el niño y la niña que leían las historias, y podían hacer, en su interior, una revolución pequeñita, como los mind games de Lennon. A través del arte vas dejando huellas.

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Uno de los murales de la casa de Nicolás.

Pero entonces aparece ese sector masculino y me dice que el fondo negro queda muy siniestro. Desde la ocasión en la que dimití no se atrevían a decirme que cambiara nada, pero lo del fondo negro se les metió en la cabeza. Cambiarlo me resultaba cómodo, porque me costaba mucho trabajo pintar de negro los fondos. Tenía que trabajar mucho para que el negro quedara compacto. En cambio el amarillo era comodísimo, ni siquiera tenía que unirlo a los perfiles de las figuras: lo dejaba como un resplandor. Era fantástico. Perdía fuerza, pero también ganaba vida. Y me permitió sacar mi lado más Pink Floyd y psicodélico. También probé con el rosa, que me gusta mucho, porque lo rosa siempre provoca, se ve como un color tonto, pero yo lo reivindico como un color mágico.

El fin de la Gordi

En 1988 la Gordi muere —aunque siguió viva—. Fue en cuanto mis defensoras fueron apartadas, con el paso a Ediciones B, excepto Mercedes Blanco. Junto a ella cogen al director artístico de Bruguera, Julio Fernández, estupendo guionista, y Miquel Pellicer, que había sido director de publicaciones infantiles. Era un buen equipo, aunque escaso, porque querían pagar muy poco. De hecho ellos trabajaban desde casa. Ediciones B siempre fue a cargarse el cómic, y a quedarse con lo más superficial, que era Mortadelo y Filemón. Y conste que me encanta Francisco Ibáñez, pero prefiero al Ibáñez del principio, con un humor negro salvaje. Era un continuador fantástico de Vázquez, e incluso lo pudo superar. Pero la fábrica Ibáñez a mí me aburre, la verdad, en todo. Aunque ahí está su éxito. Con Superlópez, en cambio, acertaron, porque Jan es otro mundo. Al ser sordomudo, vive en un mundo interior parecido al mío.

Ediciones B cogió solamente a Ibáñez y a Jan, y sólo al principio a Zipi y Zape. Y en cuanto Mercedes Blanco se tuvo que ir por razones familiares, me dejó desamparado. Quedó Julio Fernández, que me defendió, pero sólo era el director de la revista Zipi y Zape. Llegaron los jefazos y les ordenaron que hicieran el trabajo sucio y me dijeran que se cancelaba la Gordi. Se ampararon en una encuesta en la que había quedado la última. Lo cual es un orgullo: lo bonito es quedar el primero o el último. Lo del medio no me interesa, nunca he estado ahí, en ningún tema de la vida. Siempre he sido el primero o el último… más bien el último. No sé si aquello de la encuesta fue verdad, pero lo cierto es que iban a por la Gordi y a por mí. Mercedes Blanco me dijo que me podían poner en una página de chistes, y pusieron unos dibujos que yo tenía casi de la época de La codorniz, que me gustaban mucho. Con el estilo de mis dibujantes más admirados: Perich, Copi… De línea muy fina e infantil. Pero cuando se marchó Mercedes empezaron a manipular mis chistes, a pintar encima de ellos. Por ejemplo a mis mujeres les ponía una línea en el cuello, para que se viera que llevaban ropa. A mí eso me parecía intolerable, así que decidí irme. Pero me echaron antes.

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Nicolás y Gerardo frente a uno de sus murales.

Ideología e infancia

La Gordi es para disfrutarla de niño y redescubrirla de adulto. En su momento tenía muchos enemigos entre los niños más derechizados, más convencionales. Esos niños que nunca fueron niños. Para mí hacerse adulto es hacerse de derechas. Mi madre y yo éramos niños, inocentes por completo. De ahí nos venía la ideología anarquista. Lo decía incluso Tierno Galván: el anarquismo es la inocencia. Si a mí no me hubiera marcado el dolor, ahora sería un niño. De hecho, incluso físicamente yo aparentaba mucha menos edad. A los veintitantos años me pedían el carné en los cines. A los quince, parecía que tenía diez. Nunca comprendimos esa separación por edades, que hace daño tanto a los llamados menores como a los mayores. Los mayores se quedan sin la libertad y la espontaneidad de los menores, y éstos se quedan sin cosas que tienen que aprender del adulto, de su experiencia. Tampoco comprendo cómo algunos artistas se van derechizando cuando se hacen mayores: debería ser al contrario. A medida que se aprende más y se va viendo lo brutal que es todo habría que hacerse más de izquierdas, como le pasó a alguien muy inteligente: Valle-Inclán. Él era el más brillante y el más revolucionario, incluso cuando era carlista, porque lo era de un modo contracultural. Y luego en el anarquismo y el comunismo se encontró muy a gusto. A medida que iba viendo cómo el mundo se hacía más brutal, con la dictadura de Primo de Rivera o la Primera Guerra Mundial, se iba dando cuenta de que había que hacerse revolucionario. O un personaje maravilloso y anárquico, con quien me identifico en todo: Alejandro Sawa. El camino inverso fue el de Ramiro de Maeztu, que vivió una juventud revolucionaria y luego acabó siendo símbolo del fascismo, aunque incluso entonces mantuvo una posición heterodoxa, a lo Yukio Mishima.

La literatura: Kubelik

En cuanto se acabo la Gordi, en 1988, víctima del capitalismo auténtico y salvaje de Ediciones B, salió el escritor que llevaba dentro. Ángel Berenguer, que es el máximo experto en Fernando Arrabal que hay en España, amigo de todos los del teatro del absurdo, leyó algunas cosas mías en esa época. Y me dijo que le hiciera una novela. Yo le contesté que la novela me aburría, pero me insistió, me dijo que estaba seguro de que iba a hacer una novela que le iba a gustar mucho. Y se la hice en media semana. Siempre suelo decir que fue en una semana completa porque me da vergüenza, la gente puede pensar que es mentira. Pero fue media semana. La escribí en los dorsos de boletos de quinielas, un montoncito. Cada capítulo lo grapaba, como cuadernitos.

Kubelik es una novela corta, de unas cien páginas, con capítulos que empiezan siempre con una cita de una canción. Y es una novela de mujeres, como todo lo que hago. Los personajes femeninos son los activos. Tienen lo mejor de lo masculino con lo mejor de lo femenino y nada de lo convencional y estúpido. Son nuevos seres, las «nuevas criaturas» que decía Jim Morrison. Es una novela de suicidio y de soledad, que continua la película de El apartamento de Billy Wilder y su personaje de la señorita Kubelik, interpretado por Shirley MacLaine, pero sin su final feliz. Yo a la soledad de Jack Lemon en esta película le añadí la de Robert de Niro en Taxi Driver. En Taxi Driver al personaje lo estropearon: un personaje tan puro, tan inocente, tan marginado, con esa cosa de racismo y homofobia… no lo entiendo. Él era el marginado puro, y se tenía que haber encontrado a gusto en el mundo de los marginados. Rescaté al personaje, le dejé su inocencia y sobre todo me centré en su soledad. Y me salió una tragedia tremenda.

La novela Kubelik iba a ser editada por Siruela, cuando estaba Jacobo Stuart. A él le encantó, y también a todos sus asesores, menos a uno. Le pidió a Luis Alberto de Cuenca que la leyera; lo cuenta él mismo en el prólogo del recopilatorio de la Gordi. Es un gran catador de novelas, le gusta mucho lo mitológico y la aventura, y por eso le gusta mucho la literatura que conserva el sabor del XIX, y de los escritores tipo Jack London, que nos encanta a los dos como ejemplo de vida. La leyó de una sola vez, y le encantó. Y se iba a publicar, me dieron la enhorabuena, y me dijeron que iba a ser un caso único de best-seller de calidad, y además iba a remover conciencias. Estaba todo hecho. Me llamó un asesor, para decirme que Kubelik le había dejado impactado. Me dijo que parecía de otra vida, y tenía sentido, porque mi lema es «cambiar la vida», como dijo Rimbaud. Me dijo, de hecho, que era la novela que habría escrito Rimbaud. Que veía cosas de Italo Calvino, Lewis Carroll, Vicente Huidobro… Pensaba que iba a ser un éxito. Pero Jacobo no me llamaba. Pasaron los años… yo nunca llegué a firmar un contrato, no sé qué pasó. Quedó como una novela maldita.

Hay muchos misterios en torno a Kubelik, sobre por qué no se ha publicado nunca. Era una novela muy fuerte, pero de ello podrían haber sacado dinero, como hacían siempre. Probé en Anagrama o en Tusquets, pero nada. En Anagrama me dijeron que hacía unos años la hubieran publicado, pero en aquel momento querían hacer cosas seguras, convencionales y sin complicaciones. Se habían hecho de derechas, en definitiva. Y siempre me ponían excusas, tonterías. Kubelik fue mi gran ocasión perdida. A partir de ella, habría resucitado mi obra de cómic, desconocida, y habría seguido adelante con las novelas. Escribí muchas, pero ya arrastrando la falta de confianza por lo sucedido con la primera.

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