Yuna (Santiago García y Juaco Vizuete)

Yuna portada

Yuna (Santiago García y Juaco Vizuete). Astiberri, 2015. Cartoné. 23,6 x 16,5 cm.216 págs. Color. 19 €

No soy un gran consumidor de ciencia ficción, en ningún medio, pero sí me han interesado y disfrutado determinadas obras. Supongo que mi problema es que hay demasiadas obras que se quedan en un nivel meramente estético y lúdico, mientras que otras, las que ya se engloban en el ciberpunk, se van tanto al otro extremo que, muchas veces, se vuelven ininteligibles —por ejemplo, algunas de las historias de Masamune Shirow—. Sin embargo, la ciencia ficción comprometida, que aprovecha los tópicos del género para reflexionar sobre problemas universales y/o contemporáneos, que se mueve en una frecuencia intermedia del espectro, ha dado muchas obras brillantes y relevantes. El cómic, salvo excepciones, se ha mantenido apegado a fórmulas propias del paradigma más comercial, desde las historias con moraleja de la EC a la ciencia ficción adulta de destape y metafísica de Jodorowsky o Moebius —o los españoles Esteban Maroto y Fernando Fernández—. El cómic de autor contemporáneo rara vez ha revisitado la ciencia ficción sin hacer pastiche u homenaje de aquellas viejas historias; tal vez, se me ocurre, un modo nuevo de abordarla, con referencias nuevas, fue el Lupus de Frederik Peeters.

Tal vez por todo esto es lógico que Santiago García y Juaco Vizuete no recurrieran a los referentes historietísticos para abordar Yuna, su primera colaboración. Se trata de una historia de ciencia ficción que mira más a la literatura y el cine, porque su componente intimista y romántico es exactamente lo opuesto a las grandes sagas y epopeyas que suelen encontrarse en el cómic. Se trata, más bien, de una ciencia ficción crepuscular, melancólica, donde el ser humano se enfrenta a sí mismo en soledad. O en pareja, claro. Héctor —¿tal vez haya aquí alguna referencia a Homero?— y su pareja artificial, Yuna, vagan por el espacio en una misión que nunca queda del todo detallada, y se topan con una nave espacial gigantesca, que ejercerá sobre ambos una poderosa atracción. La cuestión de la inteligencia artificial y sus implicaciones morales es aquí central, pero el acercamiento tiene más que ver con el costumbrismo que con la propia ciencia ficción. Yuna, que es consciente de su condición en todo momento, no reflexiona en largos monólogos sobre la naturaleza humana y sintética. Todo lo que sabemos de ella lo conocemos a través de sus conversaciones con una amiga, Karen, artificial como ella. Ambas fueron creadas en serie para satisfacer los deseos de seres humanos de carne y hueso, porque, en este futuro impreciso, la humanidad ha dejado de emparejarse a la manera tradicional. ¿Por qué enfrentarse a la agotadora complejidad de una relación con otra persona cuando podemos relacionarnos con seres artificiales que parecen humanos, de un modo casi perfecto? ¿Y qué sentido tienen, en ese escenario, conceptos como el libre albedrío o las relaciones igualitarias? Yuna vive para Héctor, aunque, al mismo tiempo, recuerde sus anteriores relaciones, porque, por supuesto, se mantiene eternamente joven —operativa— mientras ellos y ellas envejecen y mueren.

yuna panoramica

Yuna es uno de los trabajos más herméticos de García, uno de los más abiertos en sus plantemientos. Los temas son, antes que expuestos, apuntados, en conversaciones vagas, inacabadas, que sugieren pero no resuelven. Cuando Yuna se vea atraída hacia la colosa —la gigantesca nave que encuentran en su exploración—, no sabremos exactamente qué sucede, ni qué es esa nave que parece viva, en un sentido biológico tradicional. Esa ambigüedad, a ratos desconcertante, es deliberada, y es la misma indefinición que García y Vizuete introducen en las intrincadas relaciones entre la carne y la máquina. Según me explicó en una reciente entrevista el propio dibujante, era deliberada la manera en la que, al dibujar la maquinaria, se acercaba a las formas de la naturaleza: mecanismos que crecen como plantas, blandos, sin líneas rectas, orgánicos y dúctiles. En contraste, Héctor se viste con un traje biónico. Pero ambos, máquina y ser humano, pueden ser igual de crueles y egoístas, porque ésa es, al fin y al cabo, la prerrogativa humana por excelencia.

El despliegue gráfico, por abundar en la cuestión, es esencial en Yuna, porque es una obra ambiental —y por tanto emocional— más que de tramas. Puede chocar la falta de detalle y precisión, tan propia en muchos cómics de ciencia ficción, pero es precisamente ese nivel de detalle tan difuso el que hace que nos centremos en los personajes. Y, una vez más, se demuestra que el cómic tiene sus propias reglas en cuanto a densidad narrativa: puede que Yuna no cuente mucho, pero sí transmite una gran cantidad de información. García deja mucho espacio a Vizuete, para que éste desarrolle lánguidas panorámicas espaciales —reforzadas por el formato apasiado—, y recree esa selva mecánica donde las onomatopeyas adquieren una cualidad física —y por tanto diegética— y se retuercen temblorosas, animadas por una caligrafía manual perfecta para lo que se necesita.

El coloreado se basa en sólo dos colores, lo cual transmite una atmósfera muy concreta, que refuerza el hermetismo y la desubicación de la acción: el escenario de Yuna no pretende ser tecnológicamente plausible, ni aventurar un pronóstico en este campo. Es una ciencia ficción alejada del hardcore del género, que se recrea más bien en las sensaciones y emociones. Yuna, criatura incompleta, es el centro de un drama que es, ante todo, humano. Tal vez por eso su final es más esperanzador que sombrío, porque, por pesimista que se sea, uno no se toma tan en serio el arte si no le queda un rescoldo de fe en la humanidad. O, al menos, le duele lo suficiente su perdición, si se juzga inevitable.

En Yuna, la ciencia ficción es lo que siempre debería ser: una metáfora que aborda nuestros grandes temas desde una óptica más amplia, tal vez para así encontrar nuevos puntos de vista y, con suerte, nuevas soluciones. Es a través de ella como podremos llegar a entendernos mejor, aunque, en realidad, la lectura de Yuna me ha dejado con ansia de respuestas. Deja abiertos, creo que deliberadamente, todos sus interrogantes, y quizá es debido a que es uno de los guiones menos explícitos de García, que no es, por otra parte, un autor al que le guste dar las cosas mascadas o subrayar los puntos clave de sus historias. También es uno de los cómics en los que el silencio es más importante, lo cual no deja de ser bastante irónico, teniendo en cuenta el papel crucial que tienen las onomatopeyas. El silencio es otro elemento más que contribuye a hacer de Yuna, además de una obra reflexiva, una experiencia contemplativa por momentos, que nos sitúa en un estado de ánimo similar al que visitamos cuando escuchamos un álbum de Pink Floyd o vemos el final de 2001, una odisea espacial. En esos dos polos, la reflexión y la contemplación, se mueve una de las obras más interesantes de este final de año.