Aquí (Richard McGuire)

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Aquí (Richard McGuire). Salamandra Graphic, 2015. Cartoné con sobrecubierta. 304 págs. Color. 29 €

Es muy posible que no haya autor de cómic más influyente con menos páginas dibujadas que Richard McGuire. Entre los 80 y los 90 produjo un puñado de historias cortas, pero, en realidad, habría bastado para ganarse ese título «Here», una pequeña revolución en seis páginas aparecida en el noveno número de Raw —dónde si no—, en 1989, que le volvió la cabeza del revés nada menos que a Chris Ware, que se reconoce influido por las ideas y la ejecución de McGuire.

Lo que planteaba, no sé hasta qué punto conscientemente, era no sólo una ruptura con las reglas clásicas y la tradición narrativa del cómic —que implicaba contar historias empezando por el principio y dótándolas de un final más o menos cerrado—, algo que, a fin de cuentas, muchos ya estaban haciendo, sino también una subversión de los conceptos de espacio y tiempo en la historieta.

Como sucedía en una probable influencia de McGuire, la historia corta de Robert Crumb «A Short Story of America», todas las viñetas enmarcan el mismo espacio. No hay movimiento fuera de ese pequeño rincón de una casa americana media. Pero si bien no hay desplazamiento en el espacio, sí lo hay en el tiempo: en cada viñeta asistimos a una escena sucedida en un año diferente, desde la prehistoria al futuro. McGuire añade un nuevo nivel al juego al superponer viñetas más pequeñas, que enmarcan pequeños espacios dentro del más grande, de modo que puede contraponer diferentes acciones sucedidas en momentos distintos. En 2030 una bola de demolición derrumba una fachada de la casa, mientras que en 1965 un grupo de adultos estimula a un bebé para que diga sus primeras palabras. Las posibilidades son prácticamente infinitas, y las iteraciones ilimitadas.

Tal vez por eso Richard McGuire haya vuelto sobre su obra reformulándola para los nuevos tiempos. En la era del cómic independiente, prácticamente sólo había dos modos de concebir una historia: como un relato breve o como una serie de capítulos cortos. Entonces McGuire hizo su aportación fundamental limitado por el espacio disponible en una revista de vanguardia —del mismo modo que, muchos años antes, lo hizo Bernard Krigstein con «Master Race» en una revista popular de horror— porque era la única forma de hacerlo. El medio condicionaba el formato y el formato condicionaba el contenido. Pero en 2014, con la novela gráfica plenamente asentada y el libro instaurado como formato idóneo para la misma, McGuire podía plantearse un proyecto sin cortapisas, que empleara las páginas que fueran necesarias y que no precisara de una compresión de la información muy típica de las historias breves en cómic. Here, la novela gráfica, es mucho más que una mera remasterización o ampliación de «Here», el relato corto: es una reformulación del concepto, que parte casi de cero para alcanzar resultados diferentes y conseguir, con herramientas diferentes, dotar al cómic de una nueva dimensión.

Una vez que la acción se circunscribe a un espacio férreamente acotado y se dinamita la linealidad temporal que suele caracterizar los relatos clásicos, cualquier análisis tradicional carece de sentido. Pienso, por ejemplo, en herramientas cuantitativas como las aportadas por Scott McCloud en Entender el cómic (Astiberri, 2005). ¿Sirve de algo, nos explica la obra de algún modo decir que la mayoría de viñetas de Here se relacionan entre sí mediante transiciones non sequitur? Creo que no. La escenas de este libro están vinculadas entre sí mediante mecanismos más abstractos y más oblicuos, y tienen más que ver con la poesía y con la música, en tanto que el ritmo es un elemento clave: viñetas grandes equivalen a un remanso, a una pieza lenta; mientras que una rápida sucesión de viñetas más pequeñas, amontonadas y superpuestas a veces, son como una fuga virtuosa. La alegoría y la metonimia son aquí los mecanismos que unen de un modo invisible los diferentes momentos de la narración no lineal: en 2014 un hombre cae de una escalera; en 1926, junto a él, una maceta se va al suelo; en el dentro de la habitación un bote de pintura cae en 1990; en 1949 un espejo se descuelga de su posición sobre la chimenea; desde 1625, 1852 y 1673 diferentes insultos parecen mofarse de la torpeza de hombre y objetos.

«La vida tiene el don de rimar momentos» dice un personaje de 1775. Es un modo algo obvio de darnos una de las claves de Here, pero tal vez sea necesaria para ponernos en las coordenadas correctas. Nuestra mirada no se desvía de un espacio pequeño, pero de manera simultánea se expande a través de la historia desde un punto de vista necesariamente humano, en tanto que emplea una datación del tiempo humana, pero que sin embargo trasciende nuestra especie tanto hacia atrás, al origen de la vida, como hacia delante, a un nuevo mundo animal y vegetal tras una inundación que aparentemente nos aniquila. Es la historia del mundo comprimida en un espacio engañosamente pequeño, porque, mientras que «Here» narraba lo acontecido en el rincón de una casa, Here asume que cada uno de ellos es siempre un rincón del universo: imposible no acordarse aquí de «El Aleph» de Borges.

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La clave para contar tanto en tan poco espacio se encuentra en el secreto que desentraña Richard McGuire. Está el espacio narrativo, diegético, el espacio ficticio que existe dentro del universo del libro, pero también existe otro espacio extradiegético que es, por supuesto, la propia página, donde todos los sucesos están relacionados por su continuidad; todo sucede a años —décadas, siglos, millones de años— de distancia, pero también suceden unos al lado de otros. Y eso dota al libro de una lectura múltiple, porque puede leerse como una experiencia estética o sensorial, en la que la semejanza de los acontecimientos, real o figurada, tira hilos invisibles que unen en un entramado secreto los destinos —o los sinsentidos— de las vidas de los diferentes habitantes de la casa. Pero también pueden leerse las diferentes tramas que se desarrollan en las líneas temporales más o menos principales, que nunca se ofrecen de forma lineal, ni tienen una clausura clara. En el siglo XVIII vemos cómo antes de la casa hubo una casa, situada muy cerca de ella, que acabó ardiendo. En el siglo XX asistimos al desarrollo de varias generaciones familiares, en las que McGuire imbrica detalles autobiográficos. En el futuro, por supuesto, observamos cómo la casa ha sido demolida —como ya lo era en «Here»— y el paso del tiempo y el avance de la ciencia permiten un triple salto mortal: los turistas del futuro pueden acceder a través de una máquina a una reconstrucción en tres dimensiones de la casa y sus objetos en el siglo XX. Pero en Here también hay otro tipo de trama, que tiene que ver con pequeñas peripecias, muchas veces de naturaleza física: una caída, un gato que se pasea por la habitación, un pájaro que entra por la ventana y cuyo movimiento podemos seguir gracias a la sucesión de instantáneas. Este tipo de secuencias inciden en el aspecto sensorial y emocional del libro, y nos recuerdan que la memoria no está formada exclusivamente por palabras y acontecimientos, sino también por emociones, sensaciones y pequeñas anécdotas.

El dibujo de Richard McGuire es pulcro y neutro: personajes fotorrealistas, entornos naturales a lápiz e interiores dibujados con fríos vectores, con un uso del color muy inteligente, ya que lo emplea para guiarnos en la lectura y evocar cada época: por ejemplo, atendiendo al color del papel pintado podemos saber qué cambios se han producido en los ocupantes de la casa. Con un dibujo así consigue generar un universo hermético, íntimo, pero al mismo tiempo de fronteras difusas. Es también la mejor manera de que las viñetas de diferentes épocas encajen entre sí sin choques violentos y se integren en su conjunto.

Here es un libro excepcional y, por su propia naturaleza, inimitable. Cuando su lectura concluye, apetece iniciar otra, ahora que conocemos mejor a los personajes, para saber más de ellos, para interpretar mejor los retazos de sus historias y saber qué niño se convierte en qué adulto. La historia de estas generaciones está significativamente trufada de sexo y violencia, pero la mayor parte del tiempo, simplemente viven, como cualquiera de nosotros, y quizás en esa cotidianidad y en su contraste con las visiones al pasado y al futuro remotos —cuyos extremos se tocan— reside el mayor atractivo de un cómic que no sé si tendrá el mismo impacto en los autores contemporáneos como lo tuvo el relato original —es pronto para ello—, pero que se ha convertido ya, sin duda, en un nuevo hito del cómic actual. La edición de Salamandra Graphic, impecable, incluye en edición limitada para las primeras compras un cuadernillo con el «Here» original.