Me gustas mucho, Bendik Kaltenborn (Bendik Kaltenborn)

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Me gustas mucho, Bendik Kaltenborn (Bendik Kaltenborn). Fulgencio Pimentel, 2015. Rústica con solapadas. 22,7 x 29 cm. 176 págs. Color. 26 €

Puede que la novela gráfica haya terminado de demostrar que el cómic puede tratar cualquier temática con profundidad y rigor, y afrontar la complejidad narrativa de cualquier argumento como cualquier otro medio. Pero hay una corriente subterránea y paralela que no se centra en la trama, los personajes o la narrativa tal y como la novela la entiende. Es una tradición que tiene ilustres participantes, desde el pionero Töpffer hasta Herriman: el absurdo, la poesía del dibujo, la asociación libre de ideas. Es un campo que admite una libertad obvia, pero que, al mismo tiempo exige mucha calidad para funcionar, en cualquiera de sus variantes, sea cual sea el grado de improvisación real.

En su faceta más extrema se encuentra este noruego de nombre impronunciable, como sugiere la colección donde lo ubica su editor en España, Fulgencio Pimentel. Se trata de Bendik Kaltenborn. Sus trabajos, casi siempre cortos, se han recopilado y traducido en dos libros. El primero fue Ojalá te vaya bonito, que mostraba un universo propio intransferible y original, de locura apenas controlada y el choque violento entre los personajes, hombres de negocios tristes y grises, y la realidad alterada y sin reglas de las páginas dibujadas por Kaltenborn. ¿Qué queda de eso en Me gustas mucho, Bendik Kaltenborn? Todo y más. Las historias de este nuevo libro son mejores, más afinadas, más certeras, mejor dibujadas. Kalterborn se hace mayor volviéndose aún más niño, un niño juguetón que sabe que no hay reglas en lo que hace, que todo puede aún ser más raro de lo que es.

En muchas ocasiones este tipo de dibujantes que gustan del absurdo recurren al dibujo clásico, al cartoon que remite obviamente a la tradición de los funny animals y otras piezas de caos subversivo. Pienso en Kaz, por ejemplo, o, en otra línea, el Cowboy Henk de Seele y Kamagurka. O en el enorme Jim Woodring, claro. Pero lo que hace Kalterborn va un paso más allá, al cortar esos lazos y, por tanto, arrebatarle al lector los pocos referentes que puedan ubicarle, al tiempo que renuncia al contraste de forma y contenido y su eficacia. Su dibujo se inserta en la tendencia más moderna y vanguardista del cómic contemporáneo. Varía el estilo y el grado de realismo que le imprime, puede ser delicado y fino pincel o rotulador brutote. Puede demostrar que es un virtuoso o jugar al art brut. Pero lo mejor de todo es que no hay detrás de esas elecciones una racionalización.

Bendik Kaltenborn no puede explicar por qué dibuja cada historia como lo hace. Simplemente sale así. En su trabajo hay una parte importante de improvisación. Dibuja un personaje sin pensarlo demasiado, y su intuición le dice por dónde seguir. Y sigue hasta que algo le dice que es el momento de parar. Por supuesto, nunca es en el final de la historia, sino en cualquier punto intermedio. Aplicar cualquier tipo de análisis narrativo clásivo a estos cómics es inútil: tiene mucho más que ver con la poesía, con la vanguardia, con el surrealismo, quizás, pero sobre todo con la lógica de los sueños.

Todo ello imprime a los cómics de Kaltenborn un ritmo extraño, inusual en el medio. Algunas historias parecen pequeños haikus: otras, retazos de una alucinación o de un sueño. Los textos, extrañamente líricos, contribuyen a esa sensación y a la libre asociación de ideas que transporta a los lectores a un estado de ánimo especial, juguetón, críptico y siniestro. Todo a la vez, a veces.

«El gigante interior» es una de las historias más profundas, sugerentes y potentes que he leído nunca. Tan poderosa como la buena poesía simbolista, con la misma capacidad de arañar nuestro subconsciente. «La hora del lobo» es lo más parecido a una serie con personajes fijos que ofrece Kaltenborn, aunque todo se desborde enseguida y lo gráfico, una vez más, se adueñe del protagonismo. «Templo de niebla» es un misil directo a mi espíritu de jugador de rol; quizás la historia en la que el autor asume más distancia irónica —incluso la firma bajo pseudónimo—, que pretende ser una historia que te cagas escrita y dibujada por adolescentes flipados, con toda la imaginería de la espada y brujería y la pretenciosidad en los textos del pulp más costra. Lo amo.

Entre las páginas 152 y 157 hay una historia sin título que me encanta, improvisada y desagradable, con un personaje paradigmático de la obra de Kaltenborn, un tipo patético y psicópata, sin empatía ni habilidades sociales. Esos tiranos turbios, a los que otros, más apocados, deben soportar, pueblan las páginas de Me gustas mucho, Bendik Kaltenborn y dotan a su obra de una dimensión probablemente inesperada: la crítica social. En sus propios términos, por supuesto, dentro de la locura y el fluir de subconsciente.

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Aún queda por destacar otra genialidad: las tiras de «Bånn», aparecidas en prensa digital, que Kaltenborn acompaña, en una metapirueta, con los comentarios REALES que su publicación motivó entre los lectores. Es un ejercicio artístico brillante, que asume la estética del fracaso como propia y se sumerge en la autoconsciencia: el desconcierto, la incomprensión y el cabreo de los lectores, que intentan explicarse racionalmente lo que no busca ser racional, chocan de lleno con la intención artística de Kaltenborn quien, simplemente, se deja llevar.

Ese dejarse llevar, por supuesto, es más complicado de lo que parece. De hecho, no siempre le sale igual de bien. Depende mucho de su estado de ánimo, de la lucidez de ese día e incluso, tal vez, de la suerte. Cuando la intuición es la principal herramienta, uno se expone sin que tirar de oficio sea una opción. Por eso el resultado es este libro hermoso, sincero y sin dobleces, que derrumba prejuicios y nos habla, muy bajito, a nuestros inconscientes. Y hay que hacer caso a esta llamada.