Por sus obras le conoceréis (Jesse Jacobs)

Porsusobrasleconoceréis_01

Por sus obras le conoceréis (Jesse Jacobs). DeHavilland, 2015. Rústica. 21,5 x 27,5 cm. 80 págs. Color. 18€

Hay toda una —no tan— nueva hornada de autores estadounidenses adscritos al circuito de la small press que me tiene loco. Sobre todo por la osadía, por el poco respeto a los cánones narrativos, por la forma en que se lanzan a la experimentación formal sin ningún tipo de complejo, pero tampoco de ínfula. Todas las corrientes de lo que Santiago García definió certeramente como primitivos cósmicos parecen romper con la tendencia predominante en la novela gráfica: vuelven a los pequeños formatos, se cargan las grandes narrativas heredadas de la literatura y el dibujo naturalista o de apariencia orgánica que caracteriza a algunas novelas gráficas. Por supuesto, cualquier generalización es una burda manipulación de la realidad: hay de todo,  pero sí pienso que en muchos casos hay un intento deliberado de desprenderse de ese bagaje y volver a lo primario, a las formas básicas de la narración, a lo puro y sin contaminar. Y resulta curioso observar cómo este movimiento, si no es pronto para llamarlo así, parece replicar el enfrentamiento entre línea clara y línea chunga que sacudió —es un decir— el cómic español en los ochenta: en un extremo, Johnny Ryan; en otro, Michael DeForge. Y eso por no hablar de William Cardini, quizás el más marciano de todos.

Pero hoy toca hablar de uno en concreto, y de los más interesantes: Jesse Jacobs. Hace un par de años pude leer uno capítulo de este Por sus obras le conoceréis, en la antología The Best American Comics de 2012, y quedé fascinado por la potencia gráfica de esas páginas y el hálito alienígena que emitían: esa sensación de no haber visto nunca nada parecido, de estar ante alguien capaz de generar un mundo propio y hermético, con sus propias reglas, y todo ello sin explicarlo. El dibujo de Jacobs en un principio es frío, antiorgánico, y todo está lleno de filigranas y formas geométricas que dibuja casi sin control, como esas cenefas que uno traza en un hoja cuadriculada mientras toma apuntes en clase. Pero en tres dimensiones que remiten, en su construcciones imposibles, nada menos que a Escher. Y todo ello rematado por una paleta de rosas y verdes.

jesse-jacobs-btyskh-2

En ese mundo de líneas rectas, surge un pequeño panteón de dioses alienígenas que, como un club de juego, se propone experimentar con la materia, sólo con el fin de divertirse. El rol de tutor que juega uno de ellos infantiliza al resto, y hablan entre ellos con la misma falta de solemnidad que las deidades extraterrestres del Forming de Jesse Moynihan, obra con la que comparte no pocos puntos en común, aunque sean muy diferentes. Uno de estos dioses, Ablavar, está especialmente interesado en experimentar con partículas de carbono para crear vida. Su primer ensayo son los dinosaurios, pero pronto consigue crear mamíferos suaves y blanditos.

El adversario de Ablavar es Zantek, el antiguo favorito del tutor, experto en la manipulación del silicio, no se toma muy bien todo esto, así que decide sabotear la creación de Ablavar… creando al ser humano.

La base pseudocientífica, consistente en oponer las formas de vida basadas en el silicio con las basadas en el carbono, así como la existencia de ancient aliens que crean la vida en la Tierra recuerda de inmediato a algunas creaciones de Jack Kirby, donde la ciencia no era más que una forma de magia. Por supuesto, más allá de eso no hay mucho de Kirby aquí, porque, de hecho, la distancia irónica que impone Jacobs es lo contrario a la potencia épica desatada y sin dobleces de «The King».

Gráficamente, el libro no deja de crecer, y cuando las formas orgánicas hacen su aparición, la oposición entre sus líneas curvas, irregulares, y las formas perfectas del mundo de piezas de Lego con el que juegan los dioses es perfecto en su violento contraste para mostrar la rivalidad del ingenuo Ablavar y el malicioso Zantek. Jacobs sin embargo no descuida los contenidos alegóricos de una obra que ya desde su título remite a la Biblia; Por sus obras le conoceréis es obviamente una reinterpretación del mito de la creación de la humanidad, pasado por el tamiz de lo cósmico y con modificaciones nada casuales.

Sin ir más lejos, en esta historia el hombre no es la creación más perfecta de dios, sino un virus que crea el diablo —simbólicamente, Zantek lo es— para destruir el mundo. Al contrario que en la Biblia, la mujer es aquí la primera en aparecer; la inversión de roles lleva incluso a que sea el hombre el causante del pecado original, que no tiene que ver con comer ningún fruto, sino con algo más visceral: probar la carne animal. Zantek pervierte a la familia primigenia —en la que, por supuesto, hay unos Caín y Abel que reproducen la dinámica mítica que les corresponde— y acaba así con el paraíso donde todas las formas vivientes convivían en paz. El enfrentamiento simbólico de los dos dioses, casi exactos opuestos, es no sólo el enfrentamiento del bien contra el mal, sino también el del orden de la materia inerte contra el caos de lo vivo y orgánico, aunque haya aquí una interesante inversión de valores: el caos es la vida, mientras que el orden yace muerto y aburrido, a juzgar por los bostezos poco entusiastas del tutor de estos dioses niños.

Hay, en efecto, una autoconsciencia un poco excesiva en este trabajo de Jacobs. Pero el desarrollo no es nada explícito, y es cualquier cosa menos frío, a pesar de la paleta de colores escogida; al contrario, hay una pasión visceral que sólo dan las grandes historias de vida y muerte, donde la tragedia sobrevuela la acción hasta que se desencadena en un clímax imparable e inevitable, como si todos los personajes siguieran un guión. Sólo que, además, en este caso el escenario imaginado por Jacobs desborda, atrapa y fascina con su poderoso universo gráfico, donde el dibujo impone las reglas del mismo, y no al revés.

En la nota dedicada al autor que se incluye en el mencionado The Best American Comics podemos leer cómo intelectualiza su trabajo: «It’s fun to draw weird stuff». Podríamos caer en la tentación de pensar que no es más que eso, que a Jacobs le divierte dibujar formas imposibles y un millón de bolitas, y no hay más. Pero sí que lo hay, vaya que sí.