Patria (Nina Bunjevac)

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(Nina Bunjevac). Turner, 2015. Cartoné. 22 x 29 cm. 154 págs. B/N. 19 €

Este verano se ha cumplido el vigésimo aniversario de la masacre llevada a cabo en Srebrenica por el ejército serbobosnio contra la población musulmana refugiada en aquel enclave. Ese sucio ataque, en el que fueron asesinadas miles de personas, supuso, en cierta manera, el penúltimo capítulo de una contienda que, con diferentes protagonistas, se alargaba desde el cambio de década, y que se cerraría en falso con el episodio de Kosovo. Lógicamente, con motivo de la conmemoración, se han multiplicado en los medios de comunicación los artículos y reportajes dedicados a rememorarlo, describiéndolo como la peor matanza perpetrada en Europa desde la II Guerra Mundial. Y es de agradecer que, en la mayoría de ellos, se otorgue -por fin- la trascendencia que le corresponde a cada uno de los condicionantes que condujeron a aquel conflicto, sin regodearse en el tribalismo de los habitantes de aquel rincón del continente, como si los Balcanes fueran un territorio particularmente más cruento que cualquier otro. Durante demasiado tiempo se convirtió en un recurso fácil, en un lugar común, exponer como principal motivo de la guerra el salvajismo, de raíz oriental, que caracterizaba a aquellos pueblos, presentándolos casi alejados de la civilización, sin sopesar debidamente otros ingredientes, como el artificioso trazado de las fronteras tras la Gran Guerra o las consecuencias de la invasión nazi.

Una de las mejores maneras de acabar precisamente con los convencionalismos es conocer las diferentes visiones de los testigos, que funcionan igual que una potentísima vacuna contra la desinformación, además de demostrar que todo es más complejo de lo que nos gustaría. La prueba palpable es Patria, de Nina Bunjevac, el relato íntimo de un clan atrapado en una dinámica de odios y enfrentamientos, que traspasa la etnicidad y se nutre también de enfrentamientos ideológicos no superados e imposiciones políticas externas. Sin embargo, debo aclarar desde el principio, que esa premisa no debe hacernos exigirle lecciones de historia contemporánea. Como dice la propia Bunjevac en la entrevista publicada en el Rockdelux de este mismo verano, la historia de su país está dentro de la historia familiar. Por lo tanto, aunque el gran conflicto balcánico no es aquí el actor principal, sí era necesario explicar bien ese contexto (y lo hace de manera concisa, concreta, esquemática y efectiva). Y de ese modo entenderemos mejor la indagación de la autora en sus propias raíces y las vivencias de sus antepasados, viajando adelante y atrás en el tiempo según convenga, así como las consecuencias de todo ello sobre la particular existencia de los descendientes.

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El término Fatherland, que da título al original, contiene un componente nacionalista más pronunciado que palabras similares como motherland, homeland o native land, al tiempo que masculiniza el significado, imponiendo la figura del padre (del varón, en suma). Las acciones de éste, y del resto de sus parientes más cercanos, explican su posterior devenir. Durante muchos años ella experimentará, debido a la desestructuración del núcleo familiar, un exilio constante entre Yugoslavia y Canadá, donde nació, un nomadismo moderno entre sus orígenes y la tierra prometida, en busca de seguridad y estabilidad, un trayecto vital inesperado, determinado por lo que otros hicieron. Pero tal vez lo que más llama la atención es que se limita, podríamos decir que conteniéndose, a describir ese discurrir, sin caer en la tentación de juzgar las decisiones tomadas por otros y que tanto le han influido, le han marcado. Solo en contadas ocasiones, curiosamente en el arranque y la conclusión, Bunjevac simboliza los recuerdos, propios o ajenos, busca símiles, y liga la más cruel realidad con los sueños, y las metáforas con las imágenes más mundanas. En el grueso de la obra, en cambio, dividida en dos partes, plantea un relato clásico, sobrio, bien escrito, fluido y muy interesante. No arriesga tampoco en el planteamiento gráfico, de grandes viñetas sin marco, apostándolo todo al carisma y la contundencia de lo que está contando. Contribuye enormemente a ese atractivo, el hipnótico realismo del dibujo en blanco y negro, muy cercano, por ejemplo a Thomas Ott, que gana volumen y corporeidad con las tramas. La opresión del ambiente (doméstico y social), la gravedad de los hechos, el lastre que suponen para los supervivientes, se multiplica gracias a las ilustraciones naturalistas, por momentos casi fotográficas (de hecho, las viejas instantáneas familiares tienen su importancia, e irrumpen con asiduidad), casi tridimensionales, en parte por la riqueza de las texturas.

Bunjevac, inédita hasta ahora en castellano, es una veterana ilustradora de bibliografía todavía breve, en la que destacan la compilación de sus historietas cortas en Heartless, publicada por el sello canadiense Conundrum Press en 2012, y su presencia en la edición de 2014 de la antología The Best American Comics, coordinada entonces, y no es casualidad, por Joe Sacco. En su primera novela gráfica demuestra un excelente dominio del claroscuro y una entrega plena al clasicismo narrativo, que casa a la perfección con su ejercicio memorístico. No obstante, sería un error, como se ha hecho a la hora de promocionarla, quedarse, por esa misma idiosincrasia, en la mera comparación con cómics más conocidos que también han retratado determinados episodios históricos desde la perspectiva biográfica, tipo Persépolis o Maus. Patria no busca seguir una estela, posee carácter y unos rasgos distintivos, en base a los cuales debe ser valorada.