Las aventuras de Joselito, el pequeño ruiseñor (José Pablo García)

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Las aventuras de Joselito, el pequeño ruiseñor (José Pablo García). Reino de Cordelia, 2015. Cartoné con sobrecubierta. 21 x 25 cm. 160 págs. Color. 25,95 €

En la ilustración de cubierta de Las aventuras de Joselito, el pequeño ruiseñor, no aparece el niño cantante en una de las poses típicas que sus películas han fijado en la memoria colectiva española, sino que lo vemos apuntando con un rifle a algún objetivo lejano. Con esta decisión José Pablo García consigue dejar claras varias cosas: que ésta no es una biografía de famoso al uso, y que el icono infantil es sólo una parte de la historia, porque la escopeta alude en realidad a sus vivencias adultas. En la combinación de ambas facetas del personaje —combinación que sólo permite el dibujo, por cierto— se subraya la personalidad multifacética de Joselito, o José Jiménez Fernández.

Crear un cómic biográfico entraña el mismo riesgo que en cualquier otro medio: dejarse llevar por la fascinación que provoca el biografiado y acabar entregando una hagiografía, omitir detalles escabrosos, tomar partido de una forma demasiado evidente… Pero, en el caso de Joselito, todos los riesgos se disparan, porque se trata de un icono caído, situado entre el mito y la realidad más sucia. Fue el niño prodigio más conocido del desarrollismo franquista, aunque su primera infancia transcurrió en la más miserable pobreza de la posguerra. Está por estudiar su papel como embajador de la cultura española, o más bien de cierto folclore andaluz que el franquismo impulsó por encima de otras manifestaciones, con obvias intenciones políticas. Así, el pequeño Joselito, niño angelical pero con desparpajo y labia, y una voz indiscutiblemente prodigiosa, llegó incluso a marcharse de gira por EE. UU. en 1960, siete años después de la firma del tratado entre aquel país y España que permitió la presencia de bases militares en nuestras fronteras. En pleno lavado de imagen internacional del régimen, Joselito fue parte de su cara más amable. Pero también es cierto que, como cuenta García en esta novela gráfica, nunca cantó para el caudillo.

Lo privado es tan interesante como lo público, e igualmente significativo del país en el que vivió y vive Joselito. Explotado por los adultos sin escrúpulos, generando un dinero del que no disfrutó, manipulado para que creciera lo más tardíamente posible y, al final, abandonado cuando la biología impuso su lógica y el pequeño ruiseñor de carita angelical se convirtió en un hombre. Y después, la travesía por el desierto: su estancia en Angola, los trabajos de dudosa moralidad, las drogas y la noche, la cárcel… Y finalmente el resurgimiento de alguien que ha tenido prácticamente que construirse una nueva imagen pública, y que, de hecho, para las nuevas generaciones es antes un concursante de Supervivientes que un niño cantor de coplas.

¿Cómo ha manejado José Pablo García todo este material? Con tacto y sensibilidad, ante todo, pero también con mucha inteligencia. Los problemas que podría haber enfrentado con una biografía clásica los evita al interponer una distancia posmoderna en el tratamiento de las vivencias de Joselito: dividiendo las mismas en pequeños episodios que dejan entre ellos elipsis y que construyen un cuadro poliédrico pero, al mismo tiempo, incompleto. Cada episodio, ordenados cronológicamente, está dibujado con un estilo diferente, que remite a algún autor o corriente de la historia del cómic. El trabajo del dibujante aquí es descomunal, por el esfuerzo que supone mimetizar estilos tan dispares y dotarlos además de sentido. Así, la infancia de hambre de Joselito está dibujada con el estilo de los tebeos clásicos de Bruguera, su paso por Cuba en plena revolución remite al Tintin de Hergé, su visita al papa Juan XXIII, declarado fan de su trabajo, es reinterpretada como si fuera una aventura de superhéroes ideada por Jack Kirby, sus experiencias con las guerrillas de Angola toman el modelo de los cómics bélicos de Harvey Kurtzman y otros en EC Comics, y cuando toca contar cómo se relaciona con el mundo de la droga y cae en una trampa que lo lleva de nuevo a la cárcel, es Peter Bagge el inspirador. Estos casos son algunos de los más logrados, y en donde mejor establece el autor la relación entre sus elecciones narrativas y el episodio que le toca contar, aunque en algunos pocos cuesta encontrar motivos,  y recurre más bien a estilos menos connotados, más neutros, que le sirvan para avanzar. Son minoría y no son en realidad peores que los otros, pero provocan ciertos desniveles. En cualquier caso, lo interesante es comprobar cómo todo esto, que sitúa la obra en un doble nivel de juegos intertextuales, no se limita a lo estético; cada capítulo adopta el tono narrativo característico y las herramientas propias de cada estilo o corriente en que se inspira. Eso le permite variar constantemente la voz narradora, por ejemplo, al pasar del narrador omnisciente propio de muchos cómics clásicos a la voz en primera persona característica de ciertas novelas gráficas. Pero también le permite pasar de un tono documental, que emplea cuando hay suficiente información sobre un determinado episodio de la vida de Joselito, a otro mucho más subjetivo en el que incluso puede permitirse introducir elementos no realistas, perfecto para las etapas en las que apenas hay documentación: así es como podemos ver al niño Joselito viviendo una aventura junto a un cerdo parlante.

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José Pablo García se pone a prueba con una obra verdaderamnte ambiciosa, más teniendo en cuenta que es su primer trabajo en solitario de esta envergadura, pero pienso que está a la altura, sin duda. No todos los estilos que escoge están igual de logrados, pero todos funcionan. Y en algunos alcanza una mímesis sorprendente: es el caso de David B., Osamu Tezuka o la escuela Bruguera. Hay dos, sin embargo, que me han parecido especialmente brillantes. Uno cuenta la visita del Joselito adulto al programa de La máquina de la verdad, cumbre de la telebasura de los años 90, dibujado con un estilo geométrico que recuerda al trabajo de autores españoles como Rayco Pulido y José Domingo, en la que deja abierta la posibilidad de que Joselito hubiera mentido de un modo puramente gráfico, y por lo tanto, sutil. Y el segundo es la inspirada en el Roberto Alcázar y Pedrín de Eduardo Vañó, que lleva por título «Pifostio en el teatro» y en el que Joselito y su apoderado, Eloy Ballesteros, se lían a hostias hasta poder llegar al camerino del cantante Luis Mariano. Además de ser divertidísimo, supone uno de los mejores ejemplos de cómo juega García con la ficción y la realidad para conseguir una aproximación más honesta a la figura de Joselito, dado que supone una renuncia implícita a la objetividad; es una versión, una interpretación que no pretende pasar por relato canónico sino, más bien, por una exploración personal de un personaje que es tanto un mito como un ser humano que ha pasado por infinidad de avatares.

Por eso es una figura que, nos sea o no simpática, resulta siempre fascinante en manos de García y situada en escenarios tan variopintos. Su historia, que corre paralela a la historia de España reciente, está repleta de contradicciones, malas decisiones y errores, pero también descubre a un hombre que ha sabido luchar por no caer, cuando tenía todo en contra. Más allá de eso, resulta igualmente interesante y meritorio que el dibujante haya sido capaz de renunciar a su estilo propio —y por lo tanto, de alguna forma, a su ego—, para alumbrar una obra metarreferencial que, paradójicamente, está sabiendo llegar a un público que no es experto en el medio. ¿Cómo puede ser esto, cómo puede alguien que no conozca a Tezuka o Kurtzman, o que no esté familizarizado con la línea clara o el comix underground, entender y disfrutar este cómic igualmente? Pienso que se debe a algo que a veces se olvida: los estilos gráficos no funcionan solamente por el hecho de que el receptor conozca su contexto. Pienso que cada estilo conlleva unas connotaciones implícitas que van más allá de ese contexto y del conocimiento previo por parte del lector de los referentes a los que cita. El dibujo caricaturesco y sencillo de Bruguera tiene una carga semiótica muy diferente al dibujo realista, por ejemplo, así como la línea clara a lo Hergé nos sitúa en un tipo de aventura muy diferente a la que se ilustra con el dibujo oscuro de los autores de la EC. Y estas connotaciones se perciben sin necesidad de ser experto, porque en realidad no son un código para iniciados, sino que participan de elementos y herramientas presentes en toda la cultura de masas, especialmente en la audiovisual, que cualquier consumidor puede decodificar a un nivel básico, que le permiten diferenciar el melodrama de la historia de acción y la parodia del viaje de tintes oníricos o fantásticos. Por supuesto, el que conozca en profundidad el medio se puede divertir jugando a adivinar el origen concreto de todas las referencias de García, pero eso no significa que sin esos conocimientos la obra carezca de valor.

Muy al contrario, precisamente su gran valor reside ahí, en saber entrelazar la historia universal de fácil acceso con la experimentación gráfica y el metalenguaje de un medio que ya no es popular, pero que conserva intacta su capacidad de comunicación y penetración psicológica. Las aventuras de Joselito se acompaña, además, de un buen puñado de extras con material gráfico sobre el personaje y una cronología básica, perfecto para vincular la interpretación de García con la documentación que ha empleado.