Verano de amor (Debbie Drechsler)

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Verano de amor (Debbie Drechsler). La Cúpula, 2007. Cartoné. 148 págs. Bitono. 18 €


A veces parece que hay que excusarse porque a uno le gusten determinados cómics autobiográficos o costumbristas. A veces parece que porque te gusten algunos te han de gustar todos, como si los géneros tuviesen más peso en la valoración de las obras que las propias obras en sí. Sin embargo, sería deseable que cada cómic en particular fuese analizado (al menos) en función a tres premisas básicas: a) el interés de la obra en sí, variable de un lector a otro, y por tanto subjetivo, b) la intención del autor al realizar la obra concreta, y si ese objetivo se ha alcanzado, y c) la realización técnica, valorando aspectos tan dispares como el grafismo o la utilización de recursos narrativos propios del cómic, desde el ritmo secuencial hasta la elección de encuadres, la puesta en escena, el diálogo, la composición de la página o la elipsis (y todos los que se me olvidan). En determinados cómics algunos de estos aspectos tendrán más importancia que otros, y del mismo modo algunos lectores darán más importancia a según que cosas.

Viene esto a cuento al reseñar este Verano de amor de Debbie Drechsler porque, aunque se puede considerar que cumple respecto a las dos primeras premisas (relativamente subjetivas), falla a mi parecer en el ámbito formal. En Verano de amor asistimos al descubrimiento de la sexualidad adolescente, a la caótica peripecia diaria por la que nuestro mejor amigo un día puede ser nuestro peor enemigo al siguiente, al hastío familiar, a la necesidad de adaptación y aceptación por parte de los demás, a la crueldad inconsciente de la juventud. Cierto, puede que el tema no sea el más original del mundo y que otros lo hayan tratado con más éxito (me vienen a la cabeza Agujero Negro, de Charles Burns o Nunca me has gustado, de Chester Brown), pero hay que reconocer que Drechsler tiene muy buen oído para los diálogos naturales (tal vez lo mejor del álbum) y que logra transmitir cierto patetismo sin necesidad de recurrir al diálogo interno o la autocompasión, recursos demasiado manidos y fáciles. Acierta también al no explicar el por qué la protagonista toma determinados cursos de acción aparentemente contradictorios, ya que son inherentes a un momento vital de transición especialmente confuso. La historia suena a sincera y creíble, y esto se agradece.

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Y sin embargo el tebeo de Drechsler falla en algunos puntos cuando analizamos la parte formal. El uso de un horrible bitono marrón y verde puede ser alusivo al bosque que se presenta en la historia, metáfora a su vez de la confusión mental donde “uno puede perderse”, pero donde también uno puede liberarse de los prejuicios y normas que la sociedad impone. En la edición de Drawn & Quarterly (sobre la que se realiza esta reseña), los tonos son tan oscuros que no sólo ensombrecen el dibujo, sino que convierten la lectura en una prueba de resistencia similar a la de contemplar ilustraciones tridimensionales sin las gafas adecuadas. Tras un vistazo rápido, parece que en la edición de La Cúpula (más pequeña que la original) el problema es menos grave. Los tonos son mucho más claros, incluso atractivos, y la lectura probablemente se hace más diáfana. La puesta en escena es bastante pobre, apenas somos conscientes de la época en la que transcurre la historia de no ser por las referencias musicales y hasta cierto punto por el modo de vestir de los personajes, aunque alguien podría aducir que Drechsler pretendía lograr un aire de atemporalidad. También hay pobreza en la repetición constante de los planos elegidos para ilustrar las viñetas. Prácticamente la totalidad del álbum (140 páginas) muestra personajes en plano americano, hasta las rodillas. Un poco más de variedad habría añadido riqueza, permitido la elaboración de ambientes y, sobre todo, eliminado la sensación de hastío por parte del lector. Tengo la impresión de que esta elección tiene que ver con una concepción demasiado cinematográfica a la hora de contar la historia, que se refleja por ejemplo en la escena de la conversación en la cafetería (una de las páginas, en la imagen), narrada a base de plano-contraplano y obviando por completo una de las normas más básicas del cómic para facilitar su legilibilidad (aplicable en este caso también al cine): ¡Tía, no te saltes el eje! A un autor de cómic se le deberían ocurrir modos más propios de la historieta para hacer interesante una conversación. La faceta de ilustradora de Drechsler es patente en su dificultar para secuenciar dentro de los parámetros del cómic, las viñetas se convierten en meros acompañantes de los diálogos en lugar de soportar el peso de la narración y el ritmo. Nos encontramos pues, ante otro de esos cómics nacidos al amparo de la industria indie, enclavados en el slice of life, ampliamente alabado en distintos medios por su temática y situaciones, pero que a la postre no ofrece todo lo que algunos pedimos a un cómic.

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Interesante, pero no resiste una purga por motivos de espacio

el tio berni