Las cosas de la vida (Lauzier)

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Las cosas de la vida (Lauzier). Fulgencio Pimentel, 2014. Cartoné. 23,5 x 32 cm. 296 págs. Color. 36 €

Una de las críticas más lúcidas del aburguesamiento de aquellas clases medias que se decían rebeldes, anticapitalistas y solidarias, cuando además de no haberse ido al garete, ansiaban por subir un escalón más, proviene de un historietista que se complacía en su insociabilidad y en su espíritu abiertamente inconformista. Fue Gérard Lauzier uno de los artistas que con más tino desenmascaró en sus viñetas a aquellos sujetos empeñados en aparentar, en medrar socialmente a costa, ya no solo de sus valores (a eso estamos acostumbrados), sino de sus afectos. Y lo hizo llevándolos al extremo, hasta ese punto donde se pierden las formas, la dignidad y los principios; forzándolos hasta que se les desencajaba el rostro.

Habitual en algunas de las cabeceras más innovadoras del boom ochentero del cómic en España (como Bésame mucho o las pertenecientes al catálogo de la editorial Nueva Frontera, Blue Jeans y Totem), gozó por aquí de serie propia de la mano de Grijalbo/Junior, y era tal su grandeza que la colección se titulaba así: Lauzier, sin más. De la misma se llegaron a editar nueve números, algunos de ellos obras de largo recorrido (La carrera de la rata o Diario del artista). Desde el último, aparecido ya en los noventa, el silencio; ni siquiera su fallecimiento, en 2008, compadeció a los editores patrios. Pero afortunadamente, los atrevidos responsables del sello logroñés Fulgencio Pimentel lo han recuperado a lo grande, con un volumen integral (prologado por un estupendo artículo de la novelista Marie-Ange Guillaume, secretaria de redacción de Pilote en los setenta y responsable asimismo de una biografía de Goscinny) de sus Tranches de vie, de casi trescientas páginas, incorporando además piezas que permanecían aún inéditas en castellano.

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En ellas Lauzier despliega, con saña, un intenso compendio de enfrentamientos de género, de clase, de pensamiento y de generación, en los que ninguno de los combatientes es libre ni sincero, en los que todos ellos esconden sus miserias tras fachadas o conciencias en apariencia graníticas. Dramas tan humanos, tan intensos, que suenan ridículos. Más todavía cuando todo se desmorona, cuando “todo lo que era sólido” se diluye en un instante por obra y gracia de la más cruel cotidianidad, que se ceba en las correspondientes (e inesperadas) inseguridades. Desarma de inmediato con un humor cruel, despiadado y perspicaz, dejando tras de sí, no un poso, sino litros y litros de amargura.

De ese modo levanta acta de las contradicciones y las hipocresías ideológicas del último tercio del siglo XX, principalmente en Francia, aunque no solo, con el referente inmediato de la descolonización y la posmodernidad, a la sombra de las desilusiones heredadas del estallido social y cultural de 1968. No obstante, y aún teniendo en cuenta que su trabajo está ligado a ese periodo histórico, mantiene una vigencia y una frescura incuestionables. ¿Las razones? Unos diálogos brillantes, repletos de réplicas hirientemente jocosas; una enorme capacidad para crear personajes únicos, no extrapolables a otros medios ni a otros estilos, inimitables; una lucidez envidiable para analizar en el espacio limitado en el que trabajaba (entre una y seis planchas como máximo) los escenarios y las  realidades contemporáneas.

De obra breve, pero coherente y sólida, llegó a la historieta sin pretenderlo, y también de casualidad aterrizó en Pilote, justo en el momento oportuno. En 1974 la revista pasa a ser mensual al tiempo que Guy Vidal sustituye a Goscinny como redactor-jefe. La salida, que no fue del todo completa, de destacados miembros de la que podríamos denominar segunda generación, Gotlib, Brétecher y Mandryka, para fundar L’Écho des Savanes, se había producido sólo dos años antes, y la prolongada regeneración seguía su curso. Entraran por entonces Pétillon, Blanc-Dumont, Caza y el propio Lauzier. Este último debuta en la entrega de septiembre con Lili Fatale, con colores de Évelyn Tran-Lê (Valérian, Blueberry), y a partir del mes siguiente retoma con “La tanathologie” una serie iniciada precisamente por Mandryka y Gotlib, Tranches de vie, de la que únicamente habían aparecido dos capítulos (“Prémiere bouchée” en el número 574 de 1970 y “Le télephone en France” en la entrega 625 correspondiente a 1971).

Compartiendo escenario con algunas de las firmas más populares del cómic juvenil franco-belga del momento (Morris, Greg, Delporte, Tabary), Lauzier y otros nuevos historietistas (Fred, Bilal, Tardi) tratan de alcanzar territorios argumentales inexplorados, y lo hacen en el seno de la industria. A través de una de las publicaciones señeras de la bande dessinée clásica desde la postguerra, la más popular junto con Tintin y Spirou, reivindicó, mucho antes del actual movimiento de la novela gráfica, la necesidad de producir cómics para adultos, alejados de los tradicionales clichés del tebeo destinado al público infantil-juvenil, que creía superado. Las cosas de la vida es el mejor ejemplo de que lo logró.