El botones de verde caqui (Olivier Schwartz y Yann)

Portada_ElBotonesVerdeCaqui_0

El botones de verde caqui (O. Schwartz – Yann). Dibbuks, 2015. Cartoné. 24 x 32 cm. Color. 64 págs. 16 €

Spirou es, de todos los personajes clásicos del tebeo franco-belga, aquel cuya trayectoria editorial más se asemeja al sistema de explotación del mainstream americano. Para empezar  no es propiedad de su creador, el cuasi desconocido Rob-Vel (Robert Velter), sino del sello Dupuis, al que el propio autor vendió los derechos en 1943. Debido precisamente a esta condición, ha conocido a lo largo de su historia, de más de setenta y cinco años, diferentes representaciones, de calidad variable, dependiendo, al igual que las franquicias superheroicas, de los historietistas encargados en cada una de las etapas. Por último, y ahondando en esa misma línea comparativa, ha disfrutado asimismo de series alternativas a la cabecera principal, donde las firmas invitadas disponen de total libertad, sin tener que preocuparse, como en los What If de Marvel o los Elseworlds de DC, de la dichosa continuidad.

El botones de verde caqui pertenece precisamente a esta categoría. Es el quinto número de Le Spirou de… (conocida antes como Une Aventure de Spirou et Fantasio par…), de la que han aparecido ya ocho álbumes, y por donde han desfilado, entre otros, Fabrice Parme y Lewis Trondheim, Frank Le Gall o Pierre Makyo y Téhem. Dependiendo de la idiosincrasia y las intenciones de cada uno de ellos, este particular spin-off se está convirtiendo entrega a entrega, además de un divertimento creativo, en una revisión continua del microcosmos de Spirou, que lo complementa a la perfección. En España, Planeta ya presentó no hace demasiado tiempo, algunos de estos volúmenes, en concreto los de Yoann y Vehlmann, Le Gall y Émile Bravo. Este último, de título Diario de un ingenuo, era una verdadera reescritura de los orígenes del héroe, a la par que una lectura deliciosa, en la que Bravo se lo pasaba pipa explicándonos el porqué del sempiterno traje rojo, las razones de la consciencia de la ardilla Spip o el comienzo de la amistad entre ambos protagonistas. La acción se situaba en el verano de 1939, justo un año después del verdadero nacimiento del Spirou de papel en las páginas de la revista que llevaba su nombre, a las puertas del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Entiendo que de manera expresa, en una decisión acertadísima (y si no fue así, me como mis palabras y me maravillo ante las casualidades cósmicas), Yann y Olivier Schwartz plantean su episodio como una especie de secuela del de Bravo, o al menos entienden este como una introducción, respetando lo planteado allí al pie de la letra. Para empezar, el argumento arranca en 1942, en una Bélgica ocupada por las tropas nazis, que han tomado el lujoso Hotel Moustic como cuartel general. En dicho establecimiento, que toma su nombre de un viejo periódico de información radiofónica y entretenimiento familiar publicado por Dupuis durante los años 30 del siglo XX (Le Moustique), es donde trabaja Spirou, de ahí el verde caqui de su uniforme. La amenaza bélica tan palpable en Diario de un ingenuo se ha hecho realidad: Bruselas es una plaza sometida, que a duras penas recupera la normalidad bajo el toque de queda; pero, al mismo tiempo, la capital que retratan Yann y Schwartz es una parodia de los tópicos bruselenses (la venta ambulante de caracoles, el Manneken Pis, la Grand Place), y, lo que más llama la atención, una ciudad de tebeo, colorida, dinámica, repleta de detalles, con una arquitectura plenamente reconocible, con calles dedicadas a Jijé o a Munuera, con estatuas en honor a Franquin. Consiguen reflejar a la perfección el día a día en un escenario histórico verídico, mientras lo combinan con una segunda lectura festiva, aventurera, atractiva, en la que plantean sin tapujos un juego constante al lector para ver si es capaz de encontrar los múltiples homenajes que van rindiendo en las esquinas de las viñetas (desde Superman, o mejor dicho, Clark Kent, hasta el padre de Daredevil, pasando, por supuesto, por todas las referencias tintinescas, cuando no hergianas, posibles). Además, inserido en ese mismo plano, se puede rastrear otro nivel más, el de la intrahistoria del propio Spirou, apareciendo, no de manera anecdótica sino crucial, una serie de actores y elementos creados por Franquin en su largo periodo como responsable de la colección, entre 1946 y 1968.

Interior Caqui en baja_Page_1

Ese contraste entre la intención realista, clave para dotar de empaque a la ficción, y la caricatura, es el que domina en el espíritu general de la obra. El tono amable, derivado ya no solo de los diálogos sino del carácter mismo de la línea clara, se mezcla atinadamente con las consecuencias más crueles de la guerra. Los absurdos inventos de Fantasio, por ejemplo, se entrecruzan con situaciones reales: el estraperlo, el mercado negro, la violencia, la represión. Escenas como la emboscada en la estación de Poussigny o la de los soldados alemanes atrapados en el incendio son muy evidentes en este sentido. No se eluden las cuestiones espinosas, entre las que cobra gran valor el debate acerca de los colaboracionistas y el castigo al que fueron sometidos tras la liberación, un fantasma que pesó enormemente sobre las conciencias de los pueblos invadidos durante la contienda. Se aborda sin tapujos las acusaciones hacia Hergé cuando siguió dibujando La estrella misteriosa para Le Soir, mientras el propio semanario Spirou, para rizar más el rizo, era suspendido entre 1943 y finales de 1944. De hecho el que fuera principal defensor entonces del padre de Tintín, Raymond Leblanc, futuro editor de Lombard, y miembro de la resistencia, aparece también aquí compartiendo celda con el mismísimo botones.

Yann, uno de los mejores guionistas de la historieta europea de las últimas décadas, continúa pues en El botones de verde caqui en su ahínco de modernización de los géneros clásicos, encontrando un aliado perfecto en Schwartz, heredero a su vez de Yves Chaland, una filiación que explota aquí al máximo sin llegar a la elegancia del maestro, aunque rayando a gran altura. Colaboración que se repitió en La Femme Leopard, una intriga exótica muy influenciada por el cine de Val Lewton y Jacques Tourneur, y que a buen seguro Dibbuks, a quien hay que felicitar por su empeño en devolvernos a Spirou, no tardará en regalarnos.