Sam Zabel y la pluma mágica (Dylan Horrocks)

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Sam Zabel y la pluma mágica (Dylan Horrocks). Astiberri, 2014. Rústica. 24 x 17 cm. 228 págs. Color. 22€

“Alter Ego” es una de las mejores historietas de Adrian Tomine. Editada en origen dentro de Optic Nerve e incluida más adelante en las recopilaciones Sleepwalk and other Stories y Summer Blonde (traducidas ambas al castellano, la primera por La Factoría de Ideas, la segunda por La Cúpula), nos presentaba al prometedor novelista Martin Courtney. El joven Courtney era incapaz, años después de haber publicado su primer libro, con el que “logró unas críticas aceptables y una sorprendente popularidad”, y ante la expectación creada a partir de su estreno, de sacar adelante un nuevo trabajo. Para ir tirando aceptó escribir para otro, lo que se denomina “ejercer de negro”, en concreto para un popular actor de cine. Como es habitual en los relatos de Tomine, esa excusa argumental era el punto de partida para reflexionar acerca de la incapacidad emocional, la resistencia a madurar, la nostalgia y la mitificación de la adolescencia.

Un recorrido similar nos propone Dylan Horrocks en Sam Zabel y la pluma mágica: parte también del bloqueo creativo del protagonista con el objetivo de abordar otras cuestiones. Sin embargo, al tomarse a sí mismo y a su carrera de historietista como claros referentes, lo hace desde una óptica mucho más personal, sin que por ello resulte tanto o más sugerente que aquella. Sam Zabel es el personaje fetiche de Horrocks, su trasunto, su alter ego, precisamente. Habitual en las páginas del comic-book Pickle, es, por supuesto, el alma mater de aquel relato coral que fue Hicksville. En aquella elogiada, con justicia, novela gráfica, evidente canto de amor hacia los cómics, a la vez que particular recorrido por la historia del medio, Zabel era el guía de los lectores, representados a su vez por el periodista Leonard Batts, obsesionado en descubrir qué se escondía en aquel pueblo perdido de las antípodas. Veinte años después (su primera aparición se produjo a principios de los noventa), Zabel vuelve, más identificado todavía con su creador, tratando de actuar como un antídoto ante la parálisis que atenaza a Horrocks, aterrorizado ante el papel en blanco.

Como Courtney, Horrocks, y por ende Zabel, fueron elogiados por la crítica, y sus respectivos debuts muy bien recibidos, añadiéndoles, sin pretenderlo, una presión difícil de lidiar. También aceptaron faenas alimenticias con las sobrevivir, mientras recuperaban la inspiración necesaria para rematar sus obras más personales. Horrocks –recordemos, el único real de este trío-, aceptó la oferta de Karen Berger, la editora de Vertigo, para hacerse cargo de  los guiones de la serie Hunter: The Age of Magic, con la intención de combinarlo con el desarrollo de su siguiente proyecto, Atlas, editada por Drawn & Quarterly. Sin embargo permaneció allí durante 25 números, hasta el verano de 2003, cuando relevó a Andersen Gabrych como responsable de los argumentos de Batgirl. Sobre ese periodo, él mismo reconocía: “Es difícil trabajar para el mainstream americano. Al principio pensé que sería una manera sencilla y divertida de pagar las facturas, mientras dejaba para mi tiempo libre mis propios cómics. Pero en la práctica es mucho más duro de lo que esperaba. He tenido que aprender toda una nueva manera de relacionarme con la historieta: trabajo en equipo (o producción en línea), con rígidas fechas de entrega, con supervisión editorial. Por vez primera en mi vida produje una serie de tebeos de los que no estaba orgulloso. Todo ello resultó duro durante un año o así. Todavía me enfrento a determinadas cosas, incluyendo el dilema de si aceptar o no trabajar para la industria”. En esa coyuntura es en la que hay que situar el argumento de Sam Zabel y la pluma mágica, en el momento justo en el que Horrocks/Zabel cree haberse traicionado a sí mismo, cree haber perdido su voz, cuando se da cuenta que no es Alan Moore, ni Grant Morrison, ni Frank Miller, que no sirve para escribir tebeos de superhéroes (cámbiese a Batgirl por Lady Night, otra creación recuperada de Hicksville), que no tiene nada nuevo que aportar al género. Un arranque de sinceridad muy prometedor, que, lamentablemente, cuando se mete en harina empieza a perder poco a poco el norte, en concreto a partir del cuarto capítulo.

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A partir de ahí, lo que podría haber sido una interesante teoría revisionista acerca de la evolución de la historieta comercial, de la consideración artística de los autores, y, sobre todo, de la representación de la mujer en la misma, se queda en una reflexión fallida, irregular, por momentos sumamente peregrina. Entre lo inconcreto del desarrollo, que se queda tan lejos de la premisa inicial como de su potencial, y su empeño en tocar tantos palos, pierde energía por el camino, concluyendo no de forma apresurada ni forzada, sino autocomplaciente. No pesa tanto la decisión de mantener un único estilo de dibujo a pesar de estar continuamente cambiando de escenario (salta de la ciencia-ficción al manga, de las miniaturas medievales a la caricatura sin variaciones apreciables), tampoco si estamos de acuerdo con lo que plantea en su discurso, que, por otro lado, no lo acaba de cerrar. El verdadero inconveniente es lo pacato, lo tosco que se muestra a la hora de implicarse, de sentenciar qué es lo que quiere decir, además de algunas desconcertantes referencias (¿puede que el clásico de la autoayuda, Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, de John Grey, le haya servido de inspiración?). Hay hallazgos innegables (el reconocimiento de los maestros olvidados, una divertida visión del erotismo latente en las publicaciones del pasado), un agradable espíritu optimista, una decidida reivindicación de la riqueza y el potencial del lenguaje de las viñetas. No cabe duda que Horrocks se lo ha pasado estupendamente, que la suavización y el redondeo de su  grafismo o el cambio al color le han sentado muy bien. Pero dichas virtudes no acaban de consolidarse, no poseen la fuerza suficiente, y quedan empequeñecidas ante el discreto nivel general.