Hulka: Ley y desorden (Charles Soule, Javier Pulido, Muntsa Vicente y Ron Wimberly)

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Hulka: Ley y desorden (Charles Soule, Javier Pulido, Muntsa Vicente y Ron Wimberly). Panini, 2014. Rústica con solapas. 144 págs. Color. 13,50 €

La Hulka de Charles Soule y Javier Pulido es una de esas series diferentes, apartadas de la dinámica editorial imparable de la Marvel contemporánea, que han ido apareciendo desde hace dos años y pico. Rápidamente muchos aficionados de la vieja guardia manifestaron su rechazo o, al menos, sus reparos hacia unas series que veían con desconfianza porque, simplemente, no estaban pensadas de forma específica para ellos. Algunos han bautizado estas series, con escasa fortuna, en mi opinión, como Marvel hipster; incluso el editor de la edición española así lo ha hecho. Hipster como sinónimo de moderno mal entendido, de productor diseñado de mnera calculadora para llegar a un target… como si el resto de las series no hipster fueran fruto espontáneo de los deseos libres de sus creadores. Pero, en fin, es un fregado en el que ahora no quiero entrar, aunque sí diré que meter en el mismo saco series tan diferentes como FF, Caballero Luna u Ojo de Halcón me parece simplista, y que, además, llamar modernos a estilos de dibujo deliberadamente retro es bastante irónico.

Pero vamos con Hulka, cuyo primer tomo, Ley y desorden, acaba de aparecer en castellano. Quizás por estar dibujada por Javier Pulido, segundo dibujante de Ojo de Halcón, esta serie fue situada inmediatamente bajo su influencia. Pero a poco que se profundice se aprecia que su tono es muy diferente. Ojo de Halcón está muy centrada en lo gráfico y cada número está dotado de una unidad de diseño que gira en torno a una idea. Precisamente el uso de elementos del diseño y la influencia de autores de cómic no pertenecientes al mainstream de superhéroes son las principales aportaciones de David Aja. Pero en Hulka hay abundantes textos —de hecho en varios momentos, demasiados textos—, no se emplean elementos diagramáticos ni hay demasiadas rupturas narrativas, más allá de una doble página en la que Pulido dibuja el recorrido de dos personajes por el interior de un edificio, de una manera muy similar a la que a veces empleó Marcos Martín en The Amazing Spider-man o Daredevil. Tampoco el color, tan importante en ambas series, tiene mucho que ver. Matt Hollingsworth emplea reducidas paletas de colores apagados, una diferente en cada número, mientras que Muntsa Vicente, otro extraordinario colorista, está más cerca del sentido pop de Javier Rodríguez y emplea colores vivísimos y planos, de tebeo.

A pesar de que en su primer número Soule se quita de encima una batalla con una inteligente elipsis que parecía una declaración de intenciones, a partir del segundo sí hay acción en la serie, y mucha, y es además un tipo de acción clásica, sin la ironía autoconsciente de las (pocas) peleas de Ojo de Halcón o, por citar otra serie de lo más interesante, Enemigos superiores de Spider-Man. Tiene sentido porque Hulka es un tipo de personaje muy diferente a Ojo de Halcón o los capullos protagonistas de Enemigos superiores: ella es una dinamo, una fuerza de la naturaleza dotada además de una mente privilegiada.

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Es un personaje interesante porque, en origen, no es más que una explotation bastante vulgar de Hulk que posteriormente sufrió un proceso de hipersexualización muy pronunciado. Aunque además, a partir de la serie que en los años ochenta escribió y dibujó John Byrne, se orientó hacia lo humorístico hasta el encasillamiento. Y además de todo eso fue secundaria recurrente en las grandes series y eventos de la editorial. Con todo eso, Pulido y Soule arman una serie con personalidad propia que tiene en cuenta los mejores hallazgos de sus antecesoras y obvia las aportaciones más inadecuadas. En sus manos, y especialmente bajo los lápices de Pulido, Jennifer Walters no es una tía buena ni exhibe un sex-appeal normativo, sino que es lo que, sin necesidades fetichistas mediantes, debería ser: una mostrenca verde que si te mete un guantazo te viste de torero. También es una mujer culta, una neoyorkina sofisticada que ejerce la abogacía con vocación de ayuda a los más necesitados, y en esa tensión entre dos extremos está la gracia que tiene como personaje. Más allá de eso el punto de partida obliga a Jennifer a establecerse por su cuenta en un despacho personal y modesto, lo que, como suele suceder, implica un nuevo reparto de secundarios con caras conocidas y otras nuevas. Hay humor, aunque el tono se aleje de la ya lejana etapa de Byrneo la de Dan Slott. Aparecen muchos otros héroes constantemente: la Gata Infernal se convierte en la ayudante de Hulka, y también podemos ver a Hank Pym, Daredevil, Tigra y un viejo olvidado como Vigilante Nocturno, rescatado de los tiempos gloriosos: los años noventa.

La serie arranca con prometedoras fuerzas, diálogos con ingenio y chispa, un tono adulto que no renuncia al tratamiento pop y a la lógica propia del género, una primera historia larga divertida que implica al hijo del doctor Muerte y que mezcla bien la trama judicial con la acción más pura y loca. Y Pulido está fenomenal, completamente volcado, haciendo el mejor trabajo que le recuerdo en los cuatro primeros números de la serie. Como dije antes no experimenta con el montaje más que puntualmente, pero, liberado de la necesidad de mantener el tono de Aja, libera su arrolladora personalidad y simplifica el dibujo para acercarlo a la fuerza primaria de los grandes, especialmente Jack Kirby —muy evidente en su versión de Hulka—, al tiempo que se ve siempre vanguardista, porque los extremos se tocan y la vanguardia a veces puede estar muy cerca de lo clásico, y los últimos años de Marvel así lo demuestran.

En los dos últimos comic-books que incluye Ley y desorden, sin embargo, todo se estanca. No tanto por el cambio de dibujante, ya que Ron Wimberly, de dinámica exagerada y escorzos forzadísimos, se la juega siempre y acierta más que falla, sino porque la historia me interesa mucho menos. La trama de control mental y un archivo azul misterioso es demasiado típica, y me da la sensación de que Soule controla menos aún su exceso textual. El siguiente número, el séptimo, supondrá la vuelta de Pulido en un número magnífico, un clásico que nunca falla: usar las partículas del doctor Pym para vivir una aventura a pequeño tamaño.

Hulka, sin embargo, parece abocada siempre al mismo destino: el cierre prematuro. No es un personaje popular y da la sensación de que si no la respalda un autor con cartel o explota el erotismo blando cae en picado el interés por lo que pueda contarse con ella. Pese a ello, y pese a la irregularidad de este primero tomo, creo que merece la pena seguir leyendo hasta el final.