Ranciofacts (Pedro Vera)

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Ranciofacts (Pedro Vera). ¡Caramba!, 2014. Rústica con solapas. 20 x 27 cm. 112 págs. Color. 18 €

Recuerdo que de pequeño no me gustaba demasiado lo que hacía Pedro Vera en El Jueves. Lo veía agresivo, feo y descreído. Años más tarde, precisamente lo que me gusta de «Ortega y Pacheco» es todo eso; el esperpento grotesco que nos retrata sin compasión y tritura las referencias pop y lo moderno hasta convertirlo en detritus. El libro del que hablo hoy, Ranciofacts —editado por ¡Caramba!—, es una depuración de esa fórmula, que tras años de uso corría el riesgo de anquilosarse, una vuelta de tuerca que centra su atención en lo conceptual y deja de lado lo narrativo; las páginas de Ranciofacts giran en torno a un tema —el verano, comer fuera, el deporte, la semana santa— y presentan ideas, hechos, frases o costumbres que forman un paisaje, una radiografía. Pero que también son una pieza de un puzle más amplio.

Porque Ranciofacts es España. Si se intenta leer sin pausa —yo recomiendo lo contrario, que se dilate la lectura unos días—, desde luego al principio provoca risa, pero a las pocas páginas la acumulación y sobre todo el reconocimiento de nosotros mismos y nuestro entorno causaría terror. Porque en esas páginas, en el país que reflejan, vivimos nosotros. Y quien no haya sido rancio alguna vez que tire la primera piedra. ¿Veis? Usar esa frase ya es un poco rancio.

De lo primero que se da cuenta uno cuando lee este cómic es de cómo para comunicarnos no paramos de usar fórmulas gastadas, lugares comunes y tópicos que ya no significan gran cosa. Lo mismo para manejarnos en el día a día: todo está lleno de automatismos y rutinas sobre las que no reflexionamos ni aplicamos un juicio crítico. Precisamente es lo que aporta la mirada de Vera, que nos observa desde fuera con cinismo y crueldad. Porque mira que hacemos y decimos tonterías a lo largo del día, la mayoría de las veces porque no las pensamos. Funcionamos por repetición y eso genera un código compartido por la comunidad de hablantes lleno de muletillas, frases hechas y supuestas gracias que, como bien subraya Vera simplemente repitiéndolas en un contexto crítico, quedan rápidamente desfasadas y reducidas a una pieza más del museo de los horrores carpetovetónicos. Y luego, por supuesto, están los que realmente creen que están siendo ingeniosos asegurando cuando hace mucho calor que se van a poner una manta por encima —de esto ya habló Raúl Cimas en el capítulo de «Humor mínimo» de Demasiada pasión por lo suyo (Blackie Books, 2014)—, y peores aún, los que te sueltan un «ahora vas y lo cascas» y se descojonan solos.

Estamos con esto rozando ya la frontera del territorio cuñao. Precisamente es un acierto que el subtítulo del libro sea La biblia ilustrada de la cultura cuñao, porque donde Ranciofacts alcanza su verdadera dimensión es en la lectura sociológica. Una cosa son las cuestiones más o menos pintorescas y ya anticuadas del país o de nuestra cultura, y otra cosa es la institucionalización del orgullo de la ignorancia como seña mayor de identidad. El cuñao es alguien que se cree realmente que es más listo que nadie, que desprecia la cultura y piensa que está en posesión de la verdad absoluta y eso le da derecho a pisar al resto. El cuñao ha estudiado en la universidad de la vida, ha aprendido todo lo que necesita saber en la mili y asegura que España es el mejor país del mundo aunque nunca haya estado en ningún otro. Ese patriotismo que es caricatura —patrioterismo— no es simplemente una postura conservadora o ignorante, sino que denota muchas cosas. La arrogancia del que cree que lo sabe todo y no se ha molestado en saber nada la ejemplifica en su magnífico prólogo Raúl Minchinela, quien señala que la sabiduría popular es lo que anima la cultura cuñao y no es inocua en absoluto. Da igual que ya don Quijote censurara a Sancho Panza —¿paleocuñao?— su abuso de los refranes y su escaso interés por la verdadera ciencia; en España cuatro dichos mal puestos siguen teniendo más autoridad que toda la meteorología y da igual hasta el cambio climático: marzo ventoso y abril lluvioso siguen haciendo a mayo florido y hermoso Y PUNTO. El saber del pueblo se sigue percibiendo como verdadero frente a lo moderno, que inevitablemente viene de fuera: el cuñao es casi siempre un xenófobo. Y ese saber anima aún las tertulias y nuestro quehacer diario, y viene acompañado de un conjunto de tradiciones nunca suficientemente cuestionadas. Las páginas sobre las bodas son demoledoras, por ejemplo. Ambas cuestiones, lo científico y lo costumbrista, son inseparables, como bien entiende Minchinela: «Esa gente que se casa por la iglesia “porque le hace mucha ilusión a la abuela” es la que ha convertido España en un pedregal».

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En muchos de los ranciofacts Vera evidencia cómo hemos convertido ese orgullo en la mejor coartada para la pereza. Nos rebozamos como país en la autocomplacencia necia y nos negamos a mirar hacia delante, al progreso, «el hacer las cosas como se han hecho siempre para no pensar y para ahorrarse mirar cómo son de verdad», que escribe Minchinela. La cruel caricatura gráfica de Vera, no sólo de los personajes concretos que dibuja sino de todos los españoles, señala a dónde nos ha llevado esta endogamia ególatra: a la ruina. Nos habíamos creído que con la transición y el lavado de cara del 92 España se había sacudido el olor a cuco y había abierto las ventanas a Europa y a la modernidad, pero todo era mentira, pura chapa y pintura que a poco que rasques descubre que seguimos siendo el país que cambió el ancho de las vías para evitar una invasión francesa what the fuck, que se empecina en no adoptar la franja horaria que nos corresponde y mantener la alemana, que tira cabras del campanario porque es nuestra cultura y que hace chistes de ingleses, franceses y alemanes porque se cree mejor que ellos. El que inventen ellos de Unamuno sigue vivo. Los Ranciofacts de Pedro Vera explican todo y creo que demuestran que existe una relación entre las dos horas sagradas que hay que esperar para mojarse después de comer o la creencia en que si pegas a un niño en la mano se le puede parar el corazón y el desastre del fracaso educativo o la inversión patética en investigación y desarrollo.

Tras leer este libro, al que sólo cabe achacarle algunas repeticiones de conceptos en diferentes páginas y alguna puntual donde el dibujo da la sensación de ser apresurado, la sensación que me invade es muy punk: no hay futuro. Aquello contra lo que combatieron sin éxito Jovellanos y Ortega sigue vivo y anida en nosotros, está enquistado en nuestro ADN. Joder, si lees Ranciofacts y no te reconoces, al menos, en dos o tres situaciones, sencillamente no eres de por aquí. Y ándate con ojo entonces, que ya sabes que aquí a los forasteros no los tratamos muy bien y acaban en la alberca del pueblo. Es una de las muchas cosas que la crudeza de los ranciofacts evidencian. Este libro es de humor, pero en el fondo es uno de los dos retratos más serios que se han hecho de España. El otro es el inmenso Spain for the Foreigners (Editorial Morsa, 2011) de Javi Cejas. En ambos encuentro la autoconsciencia que es nuestra última esperanza y por ello deberían ser lectura obligatoria en los colegios: por una nueva generación libre de cuñadismo. Y Pedro Vera se ha consagrado como un sagaz observador de la naturaleza española. Arg, ¿veis? Qué frase más RANCIA.