Murderabilia (Álvaro Ortiz)

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Murderabilia (Álvaro Ortiz). Astiberri, 2014. Cartoné. 17 x 24 cm. 112 págs. Color. 16 €

Hace algo más de dos años Astiberri publicaba Cenizas, que no fue el primero libro de Álvaro Ortiz pero sí el mejor y el que más repercusión tuvo hasta ese momento. Como ganadora de la beca Alhóndiga Bilbao Cenizas levantó expectativas de éxito que creo que cumplió. Sin embargo, es curioso cómo han cambiado las cosas en sólo dos años, cómo se ha acelerado el ritmo del cómic español: en su momento califiqué Cenizas de «obra madura» y ahora, releyéndola, me doy cuenta de que no lo es ni por supuesto habría sido lógico que lo fuera. Pero es un excelente tebeo y una buena obra de búsqueda de un modelo, que apuntaba un camino que tiene como siguiente parada Murderabilia.

Frente a otras tendencias abiertas en la novela gráfica actual, que se nutren de la experiencia y el mundo interior del autor, o que directamente subvierten lo narrativo, hay también un grupo de autores que necesitan encontrar una buena historia que contar para dibujar un cómic, y que no renuncian a la ficción porque en ella es donde se sienten cómodos. Es el caso de Álvaro Ortiz. En Murderabilia, como en Cenizas, hay una narración sólida con personajes atractivos estudiados de antemano, con sus tres actos, sus misterios que se revelan en los momentos oportunos, gotas de humor, y una sorprendentemente buena voz narradora en primera persona.

De Murderabilia me gusta cómo deslocaliza a conciencia la historia para alejarla aún más de su experiencia y biografía, porque desmiente el tópico que incluso expresa Malmö, el protagonista: «escribe de lo que conoces». No; también existe la documentación, aunque cabe preguntarse cuánto de proyección hay en ese escritor frustrado que es Malmö que huye de su rutina para encontrar una historia que contar, por peligroso que eso pueda ser. Es, claro, otro recurso clásico: el niño que se hace adulto en un ambiente exótico, aunque haya aquí un par de vueltas perversas que salva el tópico.

Esto, lo de las vueltas perversas, es de lo más gozoso en Murderabilia. Hay una visión bastante amoral de las relaciones humanas y escenas muy chungas, y el dibujo de Ortiz, tan amable, retuerce la truculencia aún más. En Cenizas no todo era luminoso, pero siempre prevalecía un tono que en cierta forma siempre sí lo era; aquí sin embargo todo genera mal rollo —¡hasta los gatitos!—, sobre todo por el punto de partida y la vinculación de la trama con toda una serie de muertes violentas.

Por cierto, la secuencia en la que desgrana multitud de estos casos, acelerando el ritmo cada vez más a base de dedicar cada vez menos viñetas a cada uno y más pequeñas, es excelente y habla muy bien del nivel que ha alcanzado Ortiz como historietista. No lleva a cabo experimentos arriesgados, pero lo que hace lo hace fantásticamente. Es pulcro y muy sólido y sabe emplear las herramientas que ha elegido con maestría. Incluso cuando fuerza el número de viñetas por página —alcanza las veinticuatro, si no he contado mal, impensable en la gran mayoría de tebeos— y aprieta el texto, funciona bien, porque no pierde fluidez la lectura y porque el dibujo de Ortiz está pensado precisamente para que no empache, para que el ojo no se pare de más. En un cómic el dibujo virtuoso es precisamente el que consigue eso, el que sirve para lo que tiene que servir el dibujo en la historieta. Murderabilia en eso es impecable y si bien no hay en modo alguno ruptura con Cenizas sí hay un perfeccionamiento claro.

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Gracias a todo esto Álvaro Ortiz ha conseguido una historia tan absorbente como la de su anterior cómic, pero mejor armada, más afinada, con menos altibajos. Sus referentes son similares: el cine americano —los hermanos Coen, por ejemplo—, cierta literatura —creo ver algo de King aquí—, pero los depura y los hace más suyos. Y consigue un thriller muy entrenido, que se lee siempre con interés porque el protagonista, ambiguo, inevitablemente nos cae bien y las diferentes tramas están muy bien urdidas, con el misterio justo para mantener enganchado al lector. Murderabilia es también la historia de un libro que su autor no es capaz de escribir y una reflexión sobre el morbo y sobre cómo cualquiera de nosotros en determinadas circunstancias puede hacer algo atroz. Y de telón de fondo el conflicto entre campo y ciudad, entre el refinado chaval con ínfulas culturales y los gañanazos que sólo piensan en la cerveza y la caza, esos cabrones del campo que tan bien definió el Doctor Repronto. El campo es el mal, pero toda situación es susceptible de ser invertida.

He disfrutado mucho de la lectura de Murderabilia y creo que ofrece todo lo que uno puede esperar de una historia de este tipo. Y sin embargo, Murderabilia también me ha dejado la sensación de que Álvaro Ortiz todavía se está buscando. Trabaja mucho y bien y se implica al máximo en lo que hace —prueba de ello es que se haya ocupado de diseñar el libro—, pero también pienso que puede ofrecer mucho más, no sé si liberándose del paradigma de la buena historia que ya domina con soltura, o contando algo más personal, o simplemente dejándose llevar. Pero tengo la agradable certeza de que lo mejor está por llegar.