Bella muerte (Kelly Sue DeConnick, Emma Ríos y Jordie Bellaire)

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Bella muerte (Kelly Sue DeConnick, Emma Ríos y Jordie Bellaire). Astiberri, 2014. Cartoné. 17 x 26 cm. 160 págs. Color. 18 €

Bella muerte es la traducción por la que ha optado Astiberri para publicar en España Pretty Deadly, la serie de Kelly Sue DeConnick y Emma Ríos que ha triunfado recientemente en el mercado estadounidense, y cuyo éxito creo que es significativo en muchos aspectos. Para empezar, simboliza cierto cambio de mentalidad en el mercado tradicionalmente llamado mainstream, el de los comic-books. Los superhéroes, por supuesto, siguen siendo los grandes dominadores del mismo, pero en los últimos años han ido apareciendo series de otros géneros publicadas por otras editoriales y que ya no son fenómenos marginales de escasas ventas. No es la primera vez que esto pasa —durante los setenta hubo intentos sólidos de producir series de terror y de fantasía heroica, en los noventa estuvo Vertigo— pero creo que es la oleada más exitosa. Los muertos vivientes o Saga son series de género, dirigidas a un lector joven pero no infantil, publicadas por Image pero controladas por sus autores, que retienen los derechos. Es un nuevo escenario, con sus propias normas del juego, que no se había dado hasta ahora y que se ha convertido en una opción real y lucrativa para artistas de talento que están descubriendo que no tienen por qué colaborar con Marvel o DC y seguir sus reglas.

No es momento ni lugar para desarrollar todo esto, pero pienso que es importante tenerlo en cuenta para valorar Bella muerte. Sus autoras han trabajado en Marvel, juntas y por separado, y de hecho DeConnick sigue al frente de los guiones de Captain Marvel, pero para este proyecto personal decidieron llevárselo a Image. Bella muerte puede definirse como un western sobrenatural, o un relato sobrenatural ambientando en el far west, que no sé si es lo mismo. No quiero desvelar mucho de la trama del cómic —una miniserie de cinco números que cobra todo su sentido cuando se lee como un tomo, como una historia única—, así que sólo diré que aparece la muerte, la hija de la muerte y un anciano ciego que busca redimir sus pecados. Los personajes femeninos tienen un lugar verdaderamente central y escapan de estereotipos machistas para convertirse en protagonistas       que toman decisiones y asumen las consecuencias de sus actos. Porque se trata, en el fondo, de una historia sobre asumir responsabilidades y gestionar legados, pero cuyas repercusiones trascienden lo particular y tienen un alcance universal y metafísico. Hay mucha poesía y mucho misterio en el guión, y aunque creo que DeConnick en algunos momentos no mide bien ese equilibrio y por ello pierde fuerza, en conjunto el relato está bien construido y los peajes que paga por salirse de lo convencional, de lo mil veces visto, son aceptables. El ritmo, además, una vez que la serie se lee sin las pausas mensuales se revela muy bien montado y el tono in crescendo lleva a un clímax fantástico, una catarsis muy propia del western.

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El tono sombrío y crepuscular de Bella muerte y su mezcla de ambientes sucios y oníricos es posible gracias al inmenso trabajo de Emma Ríos. Ha echado el resto en su mejor cómic hasta la fecha, y también el de estilo más personal. Es una obra de madurez temprana con la que Ríos ha fusionado sus influencias, que van desde el manga de acción hasta Sandman, pero ha encontrado al mismo tiempo una forma de narrar propia y personal que funciona maravillosamente bien. Las páginas de Bella muerte son estéticamente impecables, y los diseños de página —abundantes en viñetas horizontales y en viñetas con detalles que se superponen a planos más generales permitiendo su lectura simultánea— están estudiados para que cada una funcione como parte del todo pero también como una unidad orgánica y armónica, a lo que contribuye decisivamente el color de Jordie Bellaire, que escoge tonalidades apagadas y limita, en cada secuencia, la paleta a unos pocos colores. Aunque llega a la misma conclusión por caminos diferentes, el trabajo de Bellaire me recuerda al de otros grandes coloristas del mainstream como Javier Rodríguez o Matt Hollingsworth, que han renunciado al color realista y han comprendido que el hecho de que la tecnología permita un repertorio de recursos inagotable no significa que haya que usar todos en todos los tebeos. Los que así lo hicieron en determinado momento en el que los brillitos y los efectos holográficos sepultaban los lápices de los dibujantes hoy son percibidos como kitsch. Por el contrario, los colores desgastados de Bellaire y sus puntuales efectos —manchas de sangre, el maquillaje corrido en el rostro de la protagonista Ginny— son los perfectos para Bella muerte.

De Emma Ríos, más allá de lo anterior, me gusta mucho su sentido de la acción, la plasticidad de los movimientos y la manera de dibujar los cuerpos en tensión. Es fascinante, y se me ocurren muy pocos a la altura de ella en esto: David Rubín o Frank Quitely, por ejemplo. Sus personajes son gráciles y al mismo tiempo brutales, y la acción tiene una cualidad física muy impactante. Las secuencias de combates de Bella muerte son coreografías perfectas donde la referencia a ciertos mangas toma lo mejor de ellos, su dinamismo, pero evita la confusión que muchas veces lo acompaña. Al contrario, aquí todo es perfectamente legible, y lejos de que eso suponga una renuncia de la espectacularidad, ésta sale reforzada porque no se basa en trucos efectistas. La violencia que desatan los personajes, especialmente Ginny, es cruelmente hermosa sin que deje de ser sangrienta.

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 Cuando he terminado de releer Bella muerte en su edición española, además de la sensación que comentaba de que es en tomo la mejor forma de hacerlo, he tenido la sensación de que la próxima incursión de las autoras en su universo será aún mejor; Bella muerte tiene mucho de toma de contacto, de búsqueda de tono y planteamiento de un estilo que por sus características necesita de tiempo para configurarse. Ríos y Bellaire, por su parte, empiezan en un nivel muy alto pero acaban todavía mejor; o sea que en próximas miniseries seguramente nos sorprendan. Me parece una gran noticia que una serie como ésta tenga el éxito que tiene. Amplía las posibilidades del mercado con un producto de calidad, y con una clara marca autoral que no le resta comercialidad sino que, por el contrario, es la que la avala. Bella muerte, además, es una genuina muestra de comic-book que no enmascara los tópicos del género de superhéroes, sino que construye algo nuevo con otros referentes. No hay, aunque parezca lo contrario, tantos ejemplos de esto en un país donde la supremacía de las capas y los poderes ha sido total.