Unahistoria (Gipi)

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Unahistoria (Gipi). Salamandra Graphic, 2014. Rústica con solapas. 17 x 24 cm. 128 págs. Color. 20 €

Gipi ha vuelto al cómic con Unahistoria, pero tras leerlo me da la sensación de que en realidad nunca se fue. No mental o creativamente. Ha sido un hiato que ha asumido como parte de una carrera artística que no se ciñe a un solo medio, pero el autor italiano, uno de los mejores representantes de la novela gráfica europea, sigue pensando en cómic, de eso no me ha quedado ninguna duda.

Cuando un autor firma obras como S o Mi vida mal dibujada se sitúa a un nivel que no está al alcance de muchos. Tampoco, podría pensarse, al alcance del propio autor en determinados momentos, porque son obras que van más allá de la técnica y tienen que ver con el estado mental y con lo que uno puede decir de sí mismo. Pero en ese sentido Unahistoria ha sido un «como decíamos ayer». Gipi ha retomado su camino con naturalidad allí donde lo dejó y ha seguido avanzando por él con paso firme.

Una de las cosas que más me interesan de Gipi es que el tratamiento de las ideas lo es todo. Reducir Unahistoria a su argumento o sinopsis carece de interés. Es la manera de contar de Gipi lo que fascina: las elipsis, la forma de entrelazar líneas de discurso —en esta obra en concreto, la de dos personajes, bisabuelo y bisnieto, el primero en la Gran Guerra y el segundo en la actualidad, ingresado en un sanatorio mental—, la riqueza de los símbolos, nada obvios, ambiguos, sugerentes… Gipi parece tener más referentes literarios que historietísticos, y quizá por eso sus textos son tan experimentales y rotundos: es un magnífico escritor. Pero al mismo tiempo domina el medio que ha escogido para trabajar y hace que tenga sentido esa elección explorando con libertad sus recursos. Se trata de uno de esos autores que parecen totalmente exentos de la tradición, libres de la obligación de respetarla o de reivindicarla. Pero su dibujo es espectacular. Aquí puede que esté mejor que nunca, de hecho. La facilidad con la que traza expresiones y atmósferas con trazos espontáneos de plumilla rivaliza con la que exhibe Joann Sfar en sus registros más sueltos; su color, simplemente, no admite comparación, ni por concepto ni por ejecución. En Unahistoria alterna páginas desnudas, las de la trama del escritor ingresado en tratamiento psiquiátrico, con dos líneas diferentes de acuarelas: una de gama cromática más amplia que muestra al mismo escritor en conflicto con sus hijos, antes de perder la cabeza, y otra de tonos fríos con la historia ambientada en la guerra. Lo más impresionante es la manera en la que Gipi refleja a base de manchas el ambiente lluvioso y la iluminación de una noche pasada por agua: sus cielos plomizos y oscuros asfixian y provocan una sensación claustrofóbica, por ejemplo en las páginas 106 a 110, que resulta esencial en el resultado final.

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Gipi se ha propuesto dar lo mejor de sí mismo y se nota. Y aunque eso no siempre sea bueno para la obra, pienso que aquí es importante porque evidencia que él nos respeta como lectores y confía en nosotros para interpretar lo que nos cuenta y para ser conscientes de que hay mucho de él, que se ha implicado hasta el punto de querer hacer una obra relevante. Intención y resultado no siempre coinciden, pero los grandes autores son precisamente los que hacen que así sea, los que son capaces de llegar a donde ellos quieren. Y Gipi lo es, y en Unahistoria maneja a su antojo los mecanismos narrativos del universo artístico que él mismo ha creado. El libro comienza con el pánico por envejecer, que es un motivo literario clásico, pero después discurre por el territorio de la obsesión del creador. Silvano Landi es escritor y vive en la ficción. Y paga su peaje por por ello: su vida familiar y su propia cordura. «Tu problema es que nosotras existimos. / Existimos de verdad. / No somos los personajes de una de tus putas historias», le dice su hija. Silvano no encaja en la sociedad y por eso, y no por otra cosa, está enfermo y la misma sociedad lo medica, para atraerlo de nuevo a una norma gris. Los psiquatras no están interesados en entender sus motivos ni los significados de los dos símbolos recurrentes de su obsesión, el árbol seco y la estación de servicio, aunque sean precisamente los que intriguen a los lectores. El segundo es un símbolo real, de la historia personal del escritor; el primero en cambio es la rémora de una historia que lo obsesiona y que plantea un doble juego fascinante, porque pese a que se plantea como verdad a través de una prueba documental, las cartas que desde el frente escribía el bisabuelo Mauro, es recreada como ficción, o como posible realidad. Es la única manera en la que escritores o historiadores podemos acceder al pasado, y lo que vemos que sucedió en el frente, el incidente terrible, y sin embargo uno más de tantos, es lo que imagina Silvio: es una historia imaginada, y por eso Gipi la refleja con el «artificio» del color frente a las páginas desnudas y directas del presente. El diálogo que establecen entre sí —disgresiones al margen, que las hay muy interesantes— es además el mismo que podíamos ver en, por ejemplo, Mi vida mal dibujada, donde la ficción de la historia de piratas a color se entremezclaba con la autobiografía garabateada. El antecedente evidencia la intención de Gipi de reflexionar sobre la condición ficticia de la memoria, dentro del universo de esta historia, pero también «fuera», porque, claro, en el fondo las dos líneas narrativas son mentira.

Pero también son al mismo tiempo verdad. Una verdad profunda, que duele como sólo puede doler el arte bien hecho. El miedo a sentir los estragos de la edad se refleja en el miedo a morir violentamente del bisabuelo. El hecho de pensar en él hace a Silvio consciente de su propia mortalidad. Ambos atraviesan un trance, un hito en sus vidas que decidirá qué es de ellos después de ese rito de paso. Y en esto reside la ironía sangrante de Unahistoria: el sacrificio del bisabuelo para regresar junto a sus seres queridos ha alejado a Silvio de los suyos definitivamente.

¿Habla Unahistoria del peligro que asume el fabulador de ser absorbido por su propia fábula? De algún modo, sí. Es un motivo recurrente en la ficción posmoderna y una preocupación para Gipi, pero al mismo tiempo el libro transmite la sensación de que hay mucho más además de eso. Hay frases deslizadas, pasajes a priori desconcertantes, imágenes poderosas de significado esquivo. Unahistoria es una novela gráfica que pide relecturas, que absorbe y consigue lo mismo que las cartas del bisabuelo soldado lograron con el escritor: obsesionarnos. Como sólo las grandes obras pueden hacerlo.