Aquiles Talón (Greg)

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Aquiles Talón 1 (integral) (Greg). Trilita, 2014. Cartoné. 22 x 29 cm. 114 págs. Color. 32 €

El nuevo sello Trilita se suma a la fiesta, uniéndose a, entre otros, Dibbuks, Dolmen y Ponent Mon, en la recuperación de los clásicos de la historieta juvenil francobelga, sobre todo del material proveniente de las publicaciones de Dargaud y de Dupuis. Y lo hace, para empezar, con Aquiles Talón, una serie con más de medio siglo de vida, que no leíamos en castellano desde la desaparición de Bruguera. Pluriempleado y disperso en cabeceras como Bravo, Din Dan, Mortadelo o Super Pulgarcito, la presencia de Talón era habitual, no siempre como debiera, si bien solo se tradujeron una mínima parte de las cientos de planchas originales. Es más que probable que aquella caótica presentación, así como la escasa continuidad que se le brindó (de todas las recopilaciones en libro, la editorial barcelonesa sólo sacó al mercado Las ideas de Aquiles Talón), impidiera que la creación de Michel Regnier, alias Greg, lograra popularizarse entre los lectores españoles. Afortunadamente, la moda (¡bienvenida sea!) de los integrales, nos devuelve al personaje en las condiciones adecuadas y parece que para rato (en el blog http://trilitaediciones.blogspot.com.es/, donde además ¡informan acerca del número de ejemplares editados!, el editor Albert Mestres anuncia su intención, siempre que los números respondan, de publicar todos los tomos).

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Prologado por Joan Navarro y Ramón de España, se recogen aquí -con una excelente calidad de reproducción- los tres primeros libros, aparecidos entre 1966 y 1969, a imagen y semejanza de la completa edición francesa. Y aunque algunas muestras del primero de ellos puedan sonarnos ahora un tanto dubitativas y remolonas, en exceso anecdóticas o reiterativas, alternándose, eso sí, con otras bien ocurrentes (“Idea negra” o “Idea errónea”, por ejemplo), a partir del segundo la cosa empieza a mejorar de forma escandalosa. Un gran salto cualitativo que se debe a la prolongación de las historietas de una a dos páginas, a un dibujo más suelto y expresivo, y a unos hallazgos temáticos brillantes, que podríamos resumir en la autorreferencia y el experimento metalingüístico. Porque a partir de entonces, y aunque ya había dado muestras de ello en el gag titulado “Idea fija”, Aquiles Talón es consciente en todo momento de su condición de personaje de cómic. Una circunstancia que no se hará patente tan solo en la quiebra de la pared que, en principio, lo separa del lector, al que se dirige con descaro cuando le viene en gana, algo que el resto de presentes no tendrá por costumbre, sino a otros niveles.

Para empezar, este vecino de París, que se define a sí mismo como esteteta, hombre moderno e intelectual, es asalariado del semanario Polite (no, no me he equivocado al escribirlo), y su cometido es dotarlo de contenido con sus andanzas, su sabiduría, sus conocimientos y sus consejos. Sus visitas a la redacción de la revista serán frecuentes, tropezándose allí con los empleados de la misma, a los que Greg refleja con sorna, y con el siempre malhumorado redactor-jefe, que no es otro que René Goscinny. Se sabe, pues, Talón, ficticio, irreal, pero al mismo tiempo también se sabe parte de algo tangible: el tebeo que tienes entre las manos. Se siente orgulloso, además, de su naturaleza, de pertenecer a dicho gremio, y con su particular verborrea combatirá, sin demasiado éxito, los prejuicios expresados contra este bendito medio por la Asociación de los Enemigos del Cómic, reunidos, en una hilarante secuencia en la que se niegan a utilizar globos de texto, en su Primer Congreso. Pero asimismo, y subiendo la apuesta, el autor le hace jugar, con descaro, con los elementos puramente historietísticos, rompiendo la separación entre viñetas para llegar antes al cuadro final, acercándose para hacerse oír mejor, olvidando los fondos o imitando a otros compañeros de profesión. Combinando todo esto con las ocurrencias de corte más tradicional, más cotidiano, basadas en el malentendido, la confusión o las incomodidades de la vida en la ciudad, o, por otro lado, en la peculiar idiosincrasia del propio Aquiles, que da mucho de sí.

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Cuando llegó el debut de Aquiles Talón en Pilote en 1963, la carrera de Greg, que arrancó muy pronto, cuando contaba con apenas 16 años, ya era lo suficientemente fecunda y diversa. Había trabajado como guionista y dibujante en Vers l’Avenir, Heroïc-Albums, para la que creó al misterioso Le Chat, o Spirou, destacando por encima de todo, y si dejamos de lado los frustrados proyectos con Hergé, sus colaboraciones para Le Journal de Tintin -donde llegaría a ejercer de director entre 1965 y 1974-, como Mouminet o Chick Bill con Tibet, y Modeste et Pompon con André Franquin. Desde 1958 y hasta 1961 volvería al semanario de Dupuis para escribir junto con Franquin algunos de los mejores episodios de toda la historia de Spirou y Fantasio: El viajero del mesozoico, El pánico llegó por teléfono, El prisionero de los siete budas, Z como Zorglub, El retorno de Z y Q.R.N. en Bretzelburg. En todo ese recorrido había demostrado con creces su dominio de la aventura y de los resortes cómicos, la dinámica del humor y la síntesis del chiste. Y pese a que sumaba un rico currículum, su consolidación entre el gran público no se produjo hasta su desembarco en Pilote. Desde entonces su firma ya pasó a estar relacionada con un personaje concreto, el cual le posibilitó la consagración definitiva como autor. Un personaje charlatán e imprevisible, chapucero y soberbio, poseedor de un verbo espeso (y aquí es obligado reconocer el mérito de todos los traductores que se han hecho cargo de tan ardua tarea, desde Jaume Perich hasta Sánchez Abulí) y de una extraña habilidad para crear problemas donde no los hay. Un personaje que semana a semana obligaba a su creador a dar lo mejor de sí mismo, con un despliegue visual y tipográfico digno de mención.

Con todo merecimiento, Talón y su microcosmos, que tímidamente iba creciendo y enriqueciéndose, con el vecino Funestini, Papá Talón o la dama de sociedad Virgulilla de Comillas, auparon a Greg a un lugar entre los grandes. Y sería una verdadera lástima que dejáramos pasar la oportunidad de disfrutarlo.