Los peores tebeos del mundo

Hoy concluyo la serie veraniega de artículos sobre cómics de Marvel con alguna solera. Y para acabar voy a hacer algo arriesgado, pero que creo necesario para conectar con la más rabiosa actualidad. Voy a hablar de los Guardianes de la galaxia.

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Bueno, en realidad no es del todo cierto. Pero voy a empezar por aquí. De los Guardianes de la galaxia supongo que se recuerdan las primeras aventuras en los setenta, como su participación en la saga de Korvac de los Vengadores, y por supuesto las series modernas de las cuales deriva la película que todos menos yo habréis visto ya —tengo mi propio ritmo en estas cosas, dejadme a lo mío—. Pero yo no me quiero fijar ni en una cosa ni en otra, sino precisamente en aquello que la historia ha olvidado: la serie de los años noventa que realizaba en sus inicios Jim Valentino. Obviamente muy poca gente se acuerda de aquella Guardianes de la galaxia, y hay buenos motivos para ello, aunque, ojo, leo en Wikipedia que aguantó 62 números, que no son pocos. Pero la verdad es que yo no puedo opinar mucho, porque sólo tengo un cómic de esa serie, el número 5, que es el que guardo aún en una caja junto a otro puñado de números sueltos. En realidad recuerdo leer alguno más, tal vez prestado por algún amigo o tal vez comprado por mí y cambiado posteriormente, pero el único que conservo es éste. La relectura que acabo de hacer ha sido una experiencia interesante. Por supuesto, el tebeo es malo hasta decir basta. Valentino tenía un estilo nada dinámico, y se situaba en una especie de limbo raro entre los dibujantes clásicos y las nuevas tendencias de los Liefeld, Lee y compañía. La historia hablaba de la búsqueda del escudo del Capitán América, para ganar el cual tenían que participar en un enfrentamiento por parejas con otro grupo de extraterrestres, de manera que se copiaba punto por punto el esquema de aquellos tebeos de The Avengersen los que Roy Thomas sacaba al Escuadrón Siniestro, o Supremo, o lo que tocara.

Las veinticuatro páginas del cómic están llenas de diálogos tan raros como éste de aquí abajo.

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No tiene sentido seguir. Podría hablar del encuentro de Yondu con una superviviente de su raza, de la neura de Nikki con los lagartos, o de la inenarrable página final. Está claro que es un tebeo de los que enseguida, sin pensarlo mucho, decimos que son malos. Pero malo de un modo anodino e irrelevante; X-Force de Nicieza y Liefeld era un cómic horrible, pero lo era de una forma tan abierta, tan excesiva y tan desprejuiciada que acabó siendo memorable. Todo el mundo lo recuerda. Pero casi nadie recuerda Guardianes de la galaxia.

¿Por qué hablar entonces de este tebeo? Es una vil excusa para hablar de otra cosa: de lo que representa en un contexto más amplio, no como obra artística, sino como producto y como pieza en la construcción de una afición. La serie pertenece a una época de Marvel Comics bastante caótica y dominada por los movimientos económicos. No voy a enredarme ahora con esto, pero sí tengo que decir que fue una época de publicación masiva, porque se trataba de inundar el mercado y asfixiar a la competencia. Es una tendencia que se acentuó, de hecho, cuando Valentino y sus colegas se marcharon a fundar Image. En esa época si hacía falta recuperar a unos personajes olvidados de los setenta como los Guardianes, se hacía. Y si había que darle serie regular a primeras figuras como Nightwatch o Sleepwalker, también.

En España, Guardianes de la galaxia comenzó a publicarse con bastante retraso, en 1993. Ese año, pero sobre todo a partir del siguiente, Forum estaba siguiendo una tendencia bastante pareja a la de Marvel, y lanzaba series sin cesar, sobre todo series limitadas, con la esperanza declarada de que los lectores reaccionaran positivamente y se pudiera luego publicar una serie regular. Pero la verdad es que no recuerdo ningún caso en el que eso sucediese. Las series limitadas aparecían una detrás de otra, sin dejar huella, sin que volviéramos a saber nada de ese material. La cantidad de tebeos que quedaron inéditos en esos años es enorme, y no me extraña, claro. Era material de derribo. No, ni siquiera: material de derribo podían serlo ciertos tebeos de la época en la que realmente se vendían tebeos. Esto es otra cosa, y aunque la burbuja especulativa loca que vivió la industria en los noventa justifica el ansia de los directivos por lanzar nuevas series y ver si sonaba la flauta, hay cosas que van más allá de toda comprensión.

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Uno ve la viñeta de arriba con la mezcla de fascinación y pavor con la que mira fotos antiguas: «¿de verdad llevábamos esas pintas?»; «¿de verdad comprábamos esos tebeos?». Porque evidentemente alguien los compraba, y la fiebre especulativa explica mucho, pero no explica todo. En algún momento de la historia del comic-book a los aficionados —porque entonces esto ya era exclusivamente asunto suyo— les molaba esto. Les molaba lo suficiente como para comprarlo, al menos.

No sé por qué lo compraba el resto, pero sí por qué los compraba yo. Tengo varias series completas de entonces, de la época en la que comencé a coleccionar en serio tebeos de superhéroes. Algunas buenas, la mayoría malas. Y luego tengo un puñado de cómics sueltos que incluso hoy me encanta mirar. Me gustan como conjunto, como cata de quiosco de la época sin más filtro que el impulso de un niño de 12 o 13 años que lo vio y decidió llevárselo a su casa —pagando antes, ojo—. Necesitaba probar, conocer nuevos personajes e intentar abarcar ese universo que intuía vastísimo. Lo de menos era la calidad, y siempre lo fue. El universo Marvel no se sostiene sobre la calidad de sus cómics, sino en la potencia de su conjunto. Por supuesto incluso con 12 años había cómics que me gustaban más que otros, y por eso algunas series las continuaba mientras que otras se quedaban en ese primer intento. Pero nunca dejaba de comprar algún cómic solamente para saber quién era el menda que aparecía en la portada.

Yo no soy nada nostálgico. No echo de menos hacer eso ahora que ya no lo hago, igual que no echo de menos comprar cómics de quiosco, marcados por una pinza de tender la ropa y ajados por el sol. Quizás por eso no creo que los niños disfruten de las cosas de una manera más pura. Sólo menos informada. La pureza de la recepción es una entelequia, igual que la objetividad. Pero recordar todo aquello y leer este número 5 de Guardianes de la galaxia me ha servido para terminar de entender por qué pese a las paletadas de tebeos mediocres que leí de chaval seguí al pie del cañón. Hay algo en ellos, en la fuerza de su unión, que es capaz de trascender la mala calidad. Nunca supe, a todo esto, si los Guardianes consiguieron o no el dichoso escudo del Capitán América. Ni falta que hace.