El día en que los Vengadores se vengaron

Remontarse a los sesenta y a los setenta de la historia de Marvel es demasiado fácil, y no todo van a ser clásicos indiscutibles de la edad de plata. Así que hoy voy a ejecutar un triple salto mortal sin red y comentar un cómic de… los años noventa.

Viajar a esa época suele ser un ejercicio peligroso. La editorial estaba en una situación muy complicada, tanto empresarial como creativamente, y eran posibles cosas que en otro momento alguien, algún cargo, habría parado. Tampoco es que sea el caso de esta saga, Operación Tormenta Galáctica, que no, no está compuesta de grandes tebeos, pero desde luego no es lo más chungo que protagonizaron los Vengadores en aquellos primeros años de la década, eclipsados por completo por la franquicia de los X-Men y guionizados, paradójicamente, por el arquitecto de esa franquicia: Bob Harras.

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Esta saga interminable se extendió por todas las series de la época que protagonizaban los Vengadores, y narraba una nueva guerra cósmica, entre los Shi’ar y los Kree, en la que los Vengadores intentaban actuar como mediadores porque suponía un peligro directo sobre la Tierra. La historia está llena de paja y situaciones poco creíbles, y los dibujantes son, casi todos, jóvenes inexpertos recién llegados a la editorial en un momento de saturación del mercado que requería de mucha mano de obra. Pero eso da igual: cuando tienes doce años casi cualquier tebeo en el que salgan muchos personajes coloridos pegando guantazos te gusta, y Operación Tormenta Galáctica fue una serie limitada —en su edición de Forum— que leía con ganas, aunque no me enterara de todo ni conociera a todos esos personajes. Pero hoy quiero escribir sobre su conclusión, nada más: en el número 347 de The Avengers —escrito por el propio Harras y dibujado por Steve Epting y Tom Palmer—una «negabomba» ha destruido casi todo el vasto imperio Kree. Los Vengadores se han salvado de morir con una de esas maniobras sacadas de la manga que en los sesenta colaban pero que en los noventa ya provocaban un poco de rubor, y tras reunirse, descubren que en realidad la destrucción ha respondido a un plan de la Inteligencia Suprema Kree para depurar su propia especie, en una aplicación un poco bestia de las teorías de Darwin. Entonces la mitad de los Vengadores, comprensiblemente furiosos ante lo que acaban de vivir, deciden que la Inteligencia Suprema debe ser ejecutada para hacerle pagar su crimen y evitar que vuelva a cometerlo. Los Vengadores… van a vengarse. Lo dice el Caballero Negro: «¡Ey, lo llevamos en el nombre!». Harras introduce cierta ambigüedad de sal gorda en el caso para que la decisión de los héroes no sea tan bestia como parece, planteando la duda de si el villano es simplemente una máquina que se puede desconectar —tiene narices, por cierto, que sea la Visión la que argumente esto—, pero finalmente queda más o menos claro que tiene partes orgánicas y está vivo, pese a lo cual el Caballero Negro lo ejecuta sumariamente usando esa especie de espada láser que llevaba en la época. El desencuentro entre el Capitán América y Iron Man —principal impulsor de la ejecución— anticipa otro más duro, el que desencadenó la Civil War década y media después, y tuvo consecuencias inmediatas en la serie. Por ejemplo, el propio Capitán abandonó el grupo. Era la primera vez que de forma tan fría el equipo que había expulsado a miembros por amenazar de muerte o dejar morir por inacción a algún villano decidía quitar una vida de forma realmente fría, y desde luego hubo aficionados que no se lo tomaron bien y sintieron que aquello traicionaba la esencia de los Vengadores.

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Entre ellos estuvo, a buen seguro, Kurt Busiek, un treintañero guionista que estaba realizando ya sus primeros trabajos en la editorial pero al que le faltaban un par de años para convertirse, gracias a Marvels, en una de sus estrellas. En 1998, ya convertido en el máximo impulsor de cierta corriente neoclásica que devolvió a muchas series el aire que tenían en los setenta, publicó junto a Carlos Pacheco y Jesús Merino uno de sus proyectos más ambiciosos: Avengers Forever. Digo ambicioso por no decir loco, siendo sincero, aunque tengo que decir que a mí en su momento la serie me gustó, y leída hoy todavía le encuentro encanto a su exceso. Era una aventura de ésas llenas de viajes en el tiempo y a otras dimensiones, con versiones alternativas de los personajes por todas partes. La serie entera era para lectores curtiditos, pero hay un par de números, el 8 y el 9, que no es que requieran de cierta experiencia lectora, es que exigen un máster en la historia del grupo para ser mínimamente comprendidos, porque Busiek se dedica a explicar todos los cabos sueltos de los 35 años de vida de The Avengers y aledaños. Pero hace algo más, que me parece fascinante: se dedica a arreglar todos aquellos sucesos que no encajan con su idea de lo que son los Vengadores y cómo deben comportarse.

Así es como repara la ejecución de la Inteligencia Suprema Kree: resulta que Inmortus estaba manipulando mentalmente a Iron Man. El asunto es más complicado que eso, pero básicamente es lo que desencadena la decisión y no tiene sentido que aquí me enrede contando todas las explicaciones de Busiek, porque, creo, ni siquiera él mismo se lo acaba de creer.

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El caso es que Inmortus o Kang resultan estar detrás de cualquier historia que se salga del canon de Busiek. Más allá de lo forzado de cada caso —que van de «no sé yo, Kurt» a «¿qué te has fumado, Kurt?»—, si decía que esta maniobra me parece fascinante es por lo que nos descubre de la mente del guionista y por extensión de la del fan de los superhéroes medio. Hablo del concepto que se esconde detrás de esta reparación de la continuidad del grupo: la idea de reescribir la historia en lugar de enfrentarse a ella y lidiar con aquello que no nos gusta, con los hechos que nos avergüenzan o que no fueron precisamente buenas decisiones. En cierta forma es un deseo infantil hecho realidad: el fan amoldando su objeto de culto a su propia visión del mismo. Por supuesto, todos hemos leído historias malísimas que nos gustaría que simplemente no hubieran existido, pero la clave está en cómo se enfrenta cada uno a ello. Otros guionistas simplemente ignoran aquello que no les vale o no les importa tanto como paradedicar su trabajo a subsanar el de los demás, pero Busiek realiza esta obra de pura ingeniería no sólo para hacer un buen cómic, sino, sobre todo, para ajustar todo a su visión borrando las huellas de otros autores que tenían una diferente. Me diréis que no deja de ser un universo de ficción, y a eso contesto que claro que lo es, pero desde luego a alguien que escribe una obra tan enrevesada como Avengers Foreverle importa dicho universo demasiado como para no considerarlo un poco real, y por eso me parece tan significativa esa manera de obrar.

¿Tan inverosímil era para Busiek que en aquella historia de Operación Tormenta Galáctica varios vengadores, ante el genocidio de billones de seres inteligentes, perdieran la calma y decidieran cargarse a la Inteligencia Suprema? Sí, porque los Vengadores NO HACEN ESO. Punto. Es una postura terriblemente conservadora, en el fondo, por mucho que a mí tampoco me guste demasiado que los superhéroes maten. Se trata de no aceptar que las cosas en la vida no siempre son como esperamos, y que la gente siempre es contradictoria, sin necesidad de que nos controlen la mente. Lo que hace Busiek es imponer su visión a la historia del grupo, bloquear la sorpresa y la imprevisibilidad de las acciones humanas con un a priori escrito en piedra que otorga al universo de ficción la condición de refugio seguro contra la realidad, que es, en el fondo, lo que ha motivado siempre a muchos fans —no digo a todos—. En los tebeos las cosas para Busiek son ideales, y en lugar de lidiar con las consecuencias de aquella decisión que tomaron los personajes, que sería lo adulto, se niega tal decisión y se busca una explicación racional para un comportamiento que no nos gusta. Los Vengadores hicieron «lo que no habrían hecho nunca», escribe Busiek, devolviendo la tranquilidad a ese refugio al que le habían salido algunas grietas.

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Hay algo más en todo esto, que no me resulta menos interesante. Por supuesto, la descomunal historia del universo Marvel puede verse como una crónica de un mundo de ficción con sus propias reglas y su propio desarrollo. La continuidad es una herramienta poderosa y, desde luego, uno de los motivos por los que el invento funcionó tan bien en los años sesenta y en las décadas posteriores. Pero reducir estos tebeos a eso es un error. La cultura popular, cuando lo es de verdad, se convierte en un espejo que reproduce el mundo real. Hay una dinámica de retroalimentación fascinante, y la manera en la que toman elementos de la sociedad en la que se crean es lo que hace perdurables y relevantes los comic-books de superhéroes. Volvamos a Operación Tormenta Galáctica. ¿Acaso creemos que se llamó así por casualidad? Sólo un año antes había terminado la Operación Tormenta del Desierto, el nombre que los americanos dieron a la invasión de Irak. Fue el conflicto bélico más abierto y traumático que vivía el país desde Vietnam, y además demostró el nuevo orden mundial que se abría paso tras el sistema bipolar que había regido el destino del mundo durante la guerra fría. En el año 91 la URSS se desintegró, y ya sin su contrapunto, EEUU se convirtió en el único árbitro internacional, animado además por una agresiva política neocon fruto del gobierno de Ronald Reagan y que ahora prolongaba George H. W. Bush. En la historia de Operación Tormenta Galáctica la Tierra se mete en un conflicto ajeno con la misma justificación que esgrimió EEUU en aquel otro real: garantizar su propia seguridad. Los Vengadores deciden de manera unilateral hacerlo, sin consultar con nadie, autoerigiéndose en representantes de todas las naciones de la Tierra y defensores de la misma. ¿Os suena? De hecho, los Vengadores son lo único que permite a la Tierra estar en condiciones de intervenir en un conflicto entre dos superpotencias cósmicas.

Por supuesto, el desarrollo es muy diferente. Los Vengadores son una fuerza de paz que intenta convencer por la vía diplomática a los Shi’ar y a los Kree para que cesen las hostilidades, aunque se vean forzados a luchar constantemente porque, al fin y al cabo, son cómics de acción. Pero lo que sí se parece mucho es la situación final. Con los krees vencidos, queda claro que el responsable del conflicto es un loco megalómano. La Inteligencia Suprema es fácilmente identificado con Saddam Hussein: los krees no son malos, sólo estaban manipulados por un tirano. Hussein sobrevivió a la guerra tras la rendición de Irak, aunque acabaría ejecutado en 2006. El subtexto del desenlace de Operación Tormenta Galáctica sugiere otro curso de acción: la ejecución tras la guerra. ¿Está diciendo Harras que fue un error dejar vivo a Saddan Hussein? Eso es ir demasiado lejos, posiblemente, y más cuando se plantean tantas dudas en la escena y un personaje como el Capitán América está radicalmente en contra —aunque no lo impida—. Pero ahí está la reflexión.

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Cuando Kurt Busiek antepone la buena continuidad del relato y una coherencia artificial del mismo a su dimensión sociológica y política, está perdiendo algo importante en el proceso. Cuando uno no atiende a la proyección del mundo real dentro de la ficción es cuando se pierde la conexión con éste y los tebeos se convierten en un mundo cerrado, un reducto para fans que quieren que todo sea como debe ser. Aunque, por supuesto, eso no sucede. Esos cómics siguen ahí y los Vengadores decidieron ejecutar a un líder genocida, pasara lo que pasara después en otros cómics, porque todo producto cultural se explica en su contexto, y el mundo es cualquier cosa menos coherente.