¡Cerdos chovinistas!

 Las primeras historias de la era Marvel eran medianamente progresistas. De veras. Era un progresismo de los sesenta, un progresismo dentro del sistema y fruto de los guiones y dibujos de autores que eran ya señores, no chavales. Pero puedo imaginarme a Stan Lee más cerca del partido demócrata de su época que del republicano, sin duda. Sucede también que entonces la paranoia anticomunista aún estaba vigente, y que el Comics Code había capado cualquier intento, por tímido que fuera, de subvertir valores o atacar a las instituciones. Y que los comic-books eran para críos y a los críos no se les cuenta que el capital es el mal, aunque se piense, que tampoco es que ellos lo pensaran.

Pero sí es cierto que por las páginas de los tebeos de Marvel de finales de los sesenta se iban filtrando los movimientos sociales que entonces sacudían América. El comunismo seguía siendo cosa de Satán —cada mención a regímenes asiáticos o a movimientos revolucionarios en Latinoamérica así lo aseguraban—, pero las protestas estudiantiles, la lucha contra el racismo o la corrupción política se hacían su huequito. Casi siempre con el mismo esquema: hay una reivindicación legítima o cuanto menos permisible en democracia, pero siempre aparece un villano que la aprovecha para sus propios fines o que manipula a gente bienintencionada para radicalizar la protesta y provocar el caos. Socavar los cimientos del sistema no mola, niños. La violencia no conduce a nada —salvo cuando la ejercen los superhéroes contra los supervillanos, se entiende—. Una cosa es ser progresista y otra ser revolucionario, pero, hey, algo es algo. Y no es poco, en serio. Que en su momento se atrevieran a contar una historia con los racistas Hijos de la serpiente no es moco de pavo, aunque el mensaje siempre sea comedido: protestad, pero dentro de un orden.

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Por eso resulta significativo que la primera escenificación sustanciosa del activismo feminista se aparte de ese esquema. Sucedió en el número 83 de The Avengers. Con el movimiento feminista en auge, con la NOW de Betty Friedan activa desde 1966 y Shulamith Firestone liándola parda, Roy Thomas escribió «Come on in, the revolution’s is fine». John Buscema y Tom Palmer, en su mejor momento, la dibujaron. En ella la Valkiria reunía a un grupo de heroínas, las Lady Liberators —nada menos— para luchar contra la opresión del sexo masculino y liberar a las mujeres. Valkiria reproduce la retórica del feminismo radical de la época y convence a todas las demás de tomar la iniciativa: primero machacan a los Señores del Mal y luego hacen lo mismo con los Vengadores machos. Peeero, por supuesto, al final todo era un plan de la Encantadora, que haciéndose pasar por la Valkiria había hechizado a las superheroínas para llevar a cabo su venganza. La analogía no podía ser más obvia y, por qué no decirlo, torpe: el feminismo, como la Encantadora, confunde a las mujeres. Estoy convencido de que detrás de la historia de Thomas, un tipo liberal y abierto para su época, había buenas intenciones, y el deseo de mostrar, como tantas otras veces en los cómics Marvel, que los extremos son malos y que la revolución es por definición peligrosa. Pero todo lo que late por debajo —y por encima, en realidad— es tremendamente revelador. Para empezar porque Thomas, en las primeras páginas, critica la pobre posición que las mujeres ocupaban en el universo Marvel, posición apuntalada por él y el resto de guionistas. Pero este argumento pierde todo su valor, dentro de la lógica interna del relato, en el momento en que se descubre que lo sostenía una villana, que, atención, además hace lo que hace por despecho, porque un hombre la ha abandonado. Es… bueno, es acojonante. Y lo más perverso es cómo las reivindicaciones razonables y justas se mezclan con un discurso violento y agresivo. Todo se pone al mismo nivel y no diferenciamos entre feminismo positivo y feminismo negativo —por decirlo mal y pronto—: todos son engaños de la Encantadora. El feminismo es el refugio hipócrita de despechadas mujeres odiahombres. Y lo peor, como decía antes, es que no hay contrapunto, no aparece ningún personaje positivo que argumente a favor de los derechos de las mujeres más allá de la réplica huraña que le da la Bruja Escarlata a la gañanada que le suelta Goliath. ¿Si lo hubiera habido, habría sido mejor? Bueno, vamos a verlo.

Tres años después del célebre episodio de The Avengers, apareció el octavo número de Marvel Team-up, una serie que fue uno de los primeros intentos de explotar la creciente popularidad de Spider-Man, y que presentaba aventuras de un solo número en las que éste compartía protagonismo con otros personajes de la casa. La serie era claramente secundaria, por lo menos en sus primeros pasos y a pesar de que sus autores eran primeras figuras de la editorial, se notaba que escribían y dibujaban rápidamente, sin complicarse mucho. En «The Man-Killer Moves at Midnight» el guionista era Gerry Conway, uno de los mejores, más jóvenes e izquierdistas escritores de la editorial en aquel momento —el dibujo corre a cargo de Jim Mooney—. Y se nota el esfuerzo por no ser maniqueo… aunque no lo consiga. En este tebeo sí aparecen dos personajes que representan dos visiones del feminismo. Una es la Gata, la que luego será Tigra, que sabe que los hombres no valoran la capacidad de una mujer y que se reconoce feminista, aunque no tenga reparos en colaborar con Spider-Man. De alguna forma, la Gata asume cierta labor pedagógica y conciliadora para lograr la igualdad. En el otro lado del ring tenemos a una villana desquiciada, la Asesina de hombres —la sutileza es para cobardes—, que maneja un lenguaje aún más violento que la Encantadora en el cómic de The Avengers. Quiere aplastar a todos los hombres como insectos y está como una cabra desde que un accidente provocado por un hombre la privó de su belleza. Porque, por supuesto, ninguna mujer bella se haría feminista radical.

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La historia de Conway es una nueva lección sobre la maldad de los extremos y llama a la concordia desacreditando el activismo revolucionario, que como tantas otras veces se identifica con la villanía. Los superhéroes y las superheroínas como la Gata lo son porque protegen el stablishment y, si quieren cambios, se sientan a hablarlos. Aunque nadie les escuche, como sucedía en aquella época con el feminismo. La Gata, por lo demás, es simpática y amable, y su uniforme realza la belleza de su cuerpo. La Asesina de hombres también fue guapa, pero tras el accidente se ha convertido en un tanque, en una mujer no mujer de cuerpo andrógino. De las dos, por cierto, la que exhibe el símbolo femenino clásico que las feministas adoptaron es la Asesina de hombres.

Roy Thomas no parecía concederle ningún margen al feminismo de cualquier tipo. Sólo tres años después parece que la sociedad americana había avanzado lo suficiente como para que Conway pensara que cierto feminismo era aceptable, dentro de un orden. Pero la mujer debía seguir siendo mujer. El radicalismo aparecía junto a la locura que provocaba perder belleza o pareja masculina, y los roles de género nunca se cuestionaban. Cada uno en su sitio, los hombres como protagonistas de la historia y las mujeres, siempre bellas y divinas, en un segundo plano. Eran otros tiempos, diréis, y es verdad, estoy de acuerdo. Por eso posiblemente sea más grave el hecho de que hoy nos vendan superheroínas que acuden a la batalla con tacones y con los labios convenientemente pintados. Al final todo es cuestión, si me permitís el chiste malo, de maquillaje.

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