El Anticristo (East Press)

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El Anticristo (East Press). Herder Editorial, 2014. Rústica. 16 x 12 cm. 200 págs. B/N. 10,50 €

La editorial Herder lleva ya un buen puñado de mangas editados dentro de esta colección de textos políticos, literarios y filosóficos adaptados al cómic. Algunos me han parecido mejores que otros, como es lógico, pero todos comparten algo que me fascina: la mirada ligera y desvergonzada a un material al que en occidente le tenemos demasiado respeto para hacer algo así. Y no hablo, evidentemente, del hecho de adaptar textos sagrados al cómic, sino al espíritu iconoclasta y pop de estos productos, que no tienen ningún miedo a apartarse de la literalidad del original para alcanzar su propia personalidad, y sin dejar de ser, paradójicamente, una buena herramienta didáctica, al menos en la mayoría de los casos.

El caso es aún más significativo porque no hay detrás de estos títulos una personalidad autoral pronunciada que se apropie del texto o se lo lleve a su terreno; de hecho, la autoría está negada por la firma colectiva de la editorial East Press. Bajo ella se presupone un guión aprobado y modificado por varias cabezas y un dibujo de estudio a varias manos, que no es, desde luego, el punto de partida que más me motiva. Y sin embargo funciona, y seguramente no funcionaría igual si el autor fuera uno. Podría hacerlo mejor en términos absolutos, sería diferente, sin duda, pero no funcionaría igual, no sería el artefacto que es.

Como sus compañeros de colección, El Anticristo es un producto profesional impecable, sin brillantez ni genio, pero tan pulido como es de esperar en una industria profesionalizada y estandarizada como la japonesa. Sus autores hacen gala de todos los recursos y tics del shonen manga, y precisamente en el acto de pasar el texto original por ese filtro con unas reglas tan definidas reside el valor del tebeo. No es sólo la visión externa y lejana sobre nuestros pilares culturales, sino también los códigos del cómic juvenil y el enfoque que desde el shonen convierte casi cualquier cosa en una lucha épica de la voluntad humana. Y es también la desdramatización por la vía visual: las figuras superdeformed, las gotas de sudor caricaturescas… y lo contrario: el énfasis en determinados momentos de impacto con las líneas cinéticas, que dado lo serio de la materia casi desemboca en lo kitsch.

Todo esto es, desde el punto de vista cultural, fascinante. Al menos para mí. Tanto que deja en un segundo plano la calidad del cómic: no creo que tenga sentido valorarlo en los mismos términos que, digamos, Persépolis o Maus. Esta propuesta es otra, y funciona mejor cuanto más osada es y cuanto más loco es su desarrollo. Por eso uno de mis favoritos de la serie es Así habló Zaratustra, con diferencia el más marciano de los que he leído, y que hacía que esperara con ganas esta segunda incursión en la obra de Friedrich Nietzsche.

Nietzsche fue un magnífico escritor y un terremoto en el pensamiento occidental que da comienzo, de alguna forma, al nuevo paradigma propio del siglo XX, y cuya sombra alcanza a muchos de los más brillantes pensadores posteriores. La duda y la ruptura, el ataque sistemático al Idealismo y a la moral cristiana son rasgos de su compleja y contradictoria obra, que alcanzó puntos muy oscuros y polémicos en sus últimos años de vida y que en épocas de crisis, como la actual, refuerza su actualidad. Precisamente ahí se situa El Anticristo. Para adaptar un libro como ése con afán de producir un cómic ameno y con gancho parece buena idea sacarse de la manga una línea argumental completa que sirva como excusa para tratar todos los temas de la obra original. Aquí dos jóvenes japoneses residentes en una ciudad alemana toman contacto con un viejo exaltado que proclama en las calles, como si fuera Zaratustra, la muerte de Dios. Como la turba intenta lincharlo, los dos japoneses acaban por darle cobijo en su casa y curar sus ideas… lo que provoca, de manera muy lógico, que el viejo les eche la bronca por ser piadosos y hacer gala de valores cristianos. Es un arranque digno de una sitcom que funciona muy bien en su indefinición: tiene toques de humor pero no abandona el rigor, y de hecho acaba siendo más denso e informativo que la adaptación de Así habló Zaratustra, mediante largos debates entre los dos japoneses y el viejo. El enfoque es inteligente: los primeros acudieron a occidente fascinados por su civilización y su modernidad frente a la cerrada sociedad japonesa, pero se topan con un argumentario que desmonta todas las bases morales que la cimentan, lo cual mina su opinión hasta que, subyugados por el viejo, acaban cambiando de forma de pensar.

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Por el camino se desarrolla otro de los grandes temas nietzschianos: la inversión de valores, que se confronta con la visión de una especie de secta que aparece por ahí que busca dinamitar los cimientos de la sociedad para instaurar un nuevo gobierno igualitario en el que el reparto de la riqueza sea la base: a Nietzsche esto no le iba mucho, precisamente.

Personalmente creo que a El Anticristo le falta un punto del descaro y la locura que tenía Así habló Zaratustra, aunque consigue hacer trepidante una historia en la que, básicamente, los personajes se pasan el rato hablando sobre la decadencia de occidente. La panoplia habitual en el shonen de recursos gráficos y la representación alegórica impiden que esto se convierta en un continuo desfile de bustos parlantes, de manera que está todo resuelto con mucho oficio y con salidas de tiesto mesuradas pero divertidas. A cambio de esa mesura, obtenemos un tebeo donde las tesis del autor original quedan más claras y por tanto sirve mejor a los fines didácticos que se supone que tienen estos cómics, y que a mí como lector me resultan secundarias pero que, de cara a emplearlos en un aula, me parecen importantes. Como El príncipe, me parece una herramienta útil para acercar a estudiantes de Bachillerato obras de lectura dura. No las suplantan, y me parece un error pensar que eso sería positivo, pero suponen un acercamiento válido y un resumen que ayudará a comprender conceptos complicados. Para los demás queda la diversión de estos artefactos descarados y desmitificadores. Al final, todo es pop.