Las guerras silenciosas (Jaime Martín)

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Las guerras silenciosas (Jaime Martín). Norma, 2014. Cartoné. 22 x 29,5 cm. 160 págs. Color. 24 €

Como ya hicieran, por ejemplo, Miguel Gallardo en Un largo silencio o Antonio Altarriba en El arte de volar, Jaime Martín ha decidido, en su obra más reciente, adentrarse en el pantanoso terreno de las memorias (militares) paternas, en concreto la experiencia de su padre como recluta, durante un año y medio, en la antigua colonia española de Ifni. Pero al nombrar esos títulos como referencia argumental no pretendo, ni mucho menos, compararlos, ni elucubrar sobre si Las guerras silenciosas raya a la misma altura o no. Sería injusto, de entrada, pretender equipararlos, más todavía cuando ni siquiera parten desde la misma línea de salida, no hacen uso de herramientas similares, ni pretenden alcanzar objetivos equivalentes. Entonces ¿por qué traerlos a colación? Fácil, porque los tres nacen de una misma necesidad, la de dar voz a alguien que estuvo demasiado tiempo callado, a alguien que perdió su derecho a hablar o, como en este caso, a alguien que no acabó de contarlo todo (“Él se había quedado con lo poco bueno y eso es lo que nos contaba, transformándolo en aventuras –confiesa Martín en una entrevista reciente con El Periódico de Catalunya–. Pero en realidad sentía que le habían secuestrado durante 18 meses”).

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Gallardo ya dijo que con la llegada de la democracia su progenitor se puso a hablar y ya nadie pudo silenciarle, Altarriba animó al suyo, como una forma de ahuyentar la depresión, a plasmar sobre el papel sus peripecias de juventud, Martín recibe sin buscarlo el cuaderno que su padre escribió durante el servicio militar. De ese modo los historietistas se ofrecen como vehículos de transmisión de recuerdos ajenos (aunque en El arte de volar, lleguen a fundirse en una sola persona), arrancando así respectivamente los diferentes relatos, para buscar cada uno su camino. Sin embargo las similitudes no se agotan ahí. Ninguno de ellos se limita a narrar un capítulo concreto de la vida de sus familiares, sino que el extracto elegido tiene un antes y un después, se enmarcan dentro de un completo recorrido vital. Tampoco son fruto de un capricho autoral, las historias tienen miga, cuerpo suficiente por sí mismas, y lo que es más importante, forman parte de un todo, de un periodo histórico real, excelentemente retratado en todos los casos, a través de confesiones, de anécdotas, de ejemplos.

Las guerras silenciosas es de ese tipo de trabajos que, dentro de la trayectoria de un autor, sólo puede llegar en un momento concreto, en un momento, y que suene todo lo cursi que se quiera, de madurez creativa. El propio Martín, presente como personaje en muchas de sus páginas, no es consciente de ello y reconoce que la historia acude en su auxilio. Nada está premeditado, todo se desencadena a partir de una serie de hechos casuales coincidentes: la falta de inspiración, las dudas acerca del desarrollo del propio cómic (es necesario nombrar aquí el divertido guiño hacia la industria de los tebeos de superhéroes, el canto de sirena que supone para cualquier dibujante), las conversaciones con unos y otros. A pesar del dubitativo preámbulo, y de algún pequeño bache narrativo de menor intensidad (los diálogos de sobremesa o el cierre final), el progresivo retorno al pasado se desarrolla a buen ritmo, gracias al uso de diferentes voces que se van complementando, contradiciendo, enriqueciendo. Bien utilizados como están, los recuerdos domésticos se muestran como un excelente nutriente literario, más todavía al ser cotejados con el presente más inmediato, pues de resultas de ese ejercicio ganan bastante peso dramático.

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Hace ya año y medio, Norma publicó en su colección Nómadas, un volumen de casi doscientas páginas que recogía los tres álbumes originales de Sangre de barrio, el trabajo más conocido de la primera etapa de la carrera de Jaime Martín y que le supuso el premio al autor revelación en el VIII Salón del Cómic de Barcelona. En los dos primeros capítulos de dicha serie, iniciada a finales de los ochenta en la revista El Víbora, al igual que en tebeos como Los primos del parque o en sus colaboraciones para la segunda etapa de Makoki, retrataba ambientes marginales con desenfado y bastante sentido del humor, rasgos que mantuvo más adelante en su peculiar mirada hacia la infancia que fue La memoria oscura, y que afortunadamente se prolongan hasta Las guerras silenciosas, editada en 2013 por Dupuis e incluida en la selección del último Festival de Angoulême.

Poco a poco Martín ha encontrado acomodo en el mercado vecino, donde sus dos álbumes precedentes, Lo que el viento trae y Todo el polvo del camino, este último en colaboración con el guionista Wander Antunes, tuvieron una buena acogida. Ahora, con un libro que dobla en extensión a los anteriores, deja de lado cualquier ligazón de género para, a través de la memoria, homenajear a esas generaciones a las que les robaron la juventud.